"La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria no podría imaginar". Jorge Luis Borges

sábado, 13 de septiembre de 2014

El espejo

Boceto - Roque Vega

El espejo
Roque Vega
Silencio. Dos vueltas de llave y la clave de la caja. Guarda el llavero. Toma la copa, bebe dos sorbos. Cruza el salón, lo sigue el camarero  apagando las suntuosas lámparas. Se detiene frente al palco de la orquesta. Aquí y allá resuenan las sombras de los tangos. Se acerca al ventanal. Fija la vista sobre la avenida, se le antoja que esta noche se pierde en su trasnochado callejón del suburbio.
Regresa hasta el palco de la orquesta.  Enciende un cigarrillo. Detrás de él, el gran espejo  refleja la silenciosa madrugada, mostrándolo   en el centro del salón, detrás el palco, mesas, sillas el gran ventanal. El humo de cigarrillo empaña  su imagen ocultándolo entre breves sombras.
- ¡Hasta mañana señor!  Saluda la encargada del guardarropa. Un segundo después lo hace el camarero.
 -Hasta mañana, que descansen.
Acomoda su cabello, pasa varias veces la mano por el camino de plata, sonríe. En el fondo de la imagen el espejo se confunde  con  aromas y sonidos lejanos.  Esquina, charco y barro. Los pibes jugando, trompo, figuritas, barrilete. Los bolsillos  llenos de bolitas. Potrero, pelota y terraplén. Subido a un banco  espiaba bailar. Lo atrapaba el baile, la magia de la música y esos cosos del fondo bailando hasta el amanecer. Uno, dos, tres, cuatro,  repetía intentando  imitar los pasos.
Aroma a jazmín y madreselva, ecos de tangos que  fueron, voces que no están. Extrañas esquinas  confluyen en los rincones de su historia.
El silencio se recuesta sobre el espejo confundiendo el esplendor de salón con el pobre y brumoso vivir del conventillo. Boliche, billar, baile. Intenta encontrarse.
De un sorbo vacía la copa. Los ecos del salón musitan un tango. Risas, aplausos, noche a noche hacían ronda para verlo bailar ¡El rey del bailongo! Llego con rasposas pilchas y ahora… ahora se busca en el espejo. La lluvia  destiñe en gris   los años reos  sobre el patio viejo. Bajo el parral aprendió los primeros pasos. Cuando los pantalones largos y la Julia, la piba del fondo, lo hizo sentir hombre: -¡Vamos le dijo! y así aprendió el amor y  los pasos que lo llevaron lejos. La cortada, allá, ensayó quiebres y firuletes. Sobre esa esquina juró el amor que jamás cumplió.  Después el centro, luces, lujos, apresurados romances, pasiones y olvidos repetidos diariamente. Se hunde en el callejón, intenta caminar a pesar de saber que el tiempo todo se llevó,  tal vez, quizás quede algún sueño. Sonríe  al descubrir que su atorranta luna se desvanece sobre el horizonte.
La garúa sobre el viejo cabaret, aquí y allá quietud, silencio confundiéndose con su figura, esa, que el espejo  ya no reconoce.   

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