Boceto - Roque Vega
El espejo
Roque Vega
Silencio.
Dos vueltas de llave y la clave de la caja. Guarda el llavero. Toma la copa,
bebe dos sorbos. Cruza el salón, lo sigue el camarero apagando las suntuosas lámparas. Se detiene
frente al palco de la orquesta. Aquí y allá resuenan las sombras de los tangos.
Se acerca al ventanal. Fija la vista sobre la avenida, se le antoja que esta
noche se pierde en su trasnochado callejón del suburbio.
Regresa
hasta el palco de la orquesta. Enciende
un cigarrillo. Detrás de él, el gran espejo
refleja la silenciosa madrugada, mostrándolo en el centro del salón, detrás el palco,
mesas, sillas el gran ventanal. El humo de cigarrillo empaña su imagen ocultándolo entre breves sombras.
- ¡Hasta
mañana señor! Saluda la encargada del
guardarropa. Un segundo después lo hace el camarero.
-Hasta mañana, que descansen.
Acomoda su
cabello, pasa varias veces la mano por el camino de plata, sonríe. En el fondo
de la imagen el espejo se confunde
con aromas y sonidos lejanos. Esquina, charco y barro. Los pibes jugando,
trompo, figuritas, barrilete. Los bolsillos
llenos de bolitas. Potrero, pelota y terraplén. Subido a un banco espiaba bailar. Lo atrapaba el baile, la
magia de la música y esos cosos del fondo bailando hasta el amanecer. Uno, dos,
tres, cuatro, repetía intentando imitar los pasos.
Aroma a
jazmín y madreselva, ecos de tangos que
fueron, voces que no están. Extrañas esquinas confluyen en los rincones de su historia.
El silencio
se recuesta sobre el espejo confundiendo el esplendor de salón con el pobre y
brumoso vivir del conventillo. Boliche, billar, baile. Intenta encontrarse.
De
un sorbo
vacía la copa. Los ecos del salón musitan un tango. Risas, aplausos,
noche a
noche hacían ronda para verlo bailar ¡El rey del bailongo! Llego con
rasposas
pilchas y ahora… ahora se busca en el espejo. La lluvia destiñe en
gris los años reos sobre el patio viejo. Bajo el parral aprendió
los primeros pasos. Cuando los pantalones largos y la Julia, la piba del
fondo,
lo hizo sentir hombre: -¡Vamos le dijo! y así aprendió el amor y los
pasos que lo llevaron lejos. La cortada,
allá, ensayó quiebres y firuletes. Sobre esa esquina juró el amor que
jamás
cumplió. Después el centro, luces,
lujos, apresurados romances, pasiones y olvidos repetidos diariamente.
Se hunde
en el callejón, intenta caminar a pesar de saber que el tiempo todo se
llevó, tal vez, quizás quede algún
sueño. Sonríe al descubrir que su
atorranta luna se desvanece sobre el horizonte.
La garúa
sobre el viejo cabaret, aquí y allá quietud, silencio confundiéndose con su
figura, esa, que el espejo ya no
reconoce.
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