Boceto de Roque Vega
Azul y oro
Azul y oro
A mi
viejo Don Miguel Vicente
Bostero de
alma.
El último rayo
de sol adormece la tarde.
Acelero el
coche. Brown hasta Pedro de Mendoza, hundiéndome en el paisaje que abarca mi
otro tiempo.
Plazoleta de
los suspiros, el mástil. Imágenes y recuerdos giran en el trasnochado
paisaje. El viejo bar La Perla. Necesito
re-traer el barrio en el sabor del café.
Regreso
cargado de éxitos, muchos mundos y vidas simultaneas. Salones y teatros me
agasajaron. Premios y reconocimientos;
vágatelas con las cuales se ufana el ego.
El canto de
los muchachos rumbo a la cancha me remite al pasado.
Son cantos
conocidos. Suenan afuera y adentro de mi mente. Esas canciones las
plasmaron mis pinceles cientos de veces.
Dejo el dinero
sobre la mesa. Salgo. Los pasos me llevan a esquinas aprehendidas en el alma
y plasmada en cada línea de de
mis cuentos.
Me detengo
frente a una antigua casa ¡Silencio!
¡Solo silencio!
Cruzo la vieja
estación metiéndome por caminito. Vuelta de Rocha, la plazoleta, sonrío al
recordar la lejana mañana de Junio; cuando frente a ese mástil juré la bandera.
El mismo lugar
que el Nono, tantas veces me llevó de pibe. Contándome anécdotas de su Italia
natal.
-¡Roque, no ha
sido fácil…! ¡Llegamos aquí para fines del verano, una mañana de marzo, tu
padre era pequeño… sobre ese lado atracó el vapor!
Una y otra
vez lo contó con la misma nostalgia, el mismo entusiasmo.
Cruzo frente a la escuela…
-¡Dale!
¿Roque, no jugás? Me grita Cacho.
-¡No! Voy del
maestro, hoy tengo dibujo. Así me excuso una y otra vez.
-¡Dale Roque,
un picadito!
-¿Ché, el
domingo vamos a la cancha, Venís? Pregunta Rulo.
Borrosas
esquinas del recuerdo cruzan mi mente.
-¿Y, Roque?
¡Que te dijo Analía? ¿Te da o no bola?
- ¡Sí! ¡El
sábado vamos al parque!
Como en mis
bocetos, la mente recorre la tarde del
verano y el largo beso camino al
Lezama.
Dos pibes
caminan discutiendo si este o tal vez el otro y que el árbitro no sabe nada.
Los aufóricos cantos que llegan de la cancha, es el
detonante:
¡Roque
Acompañame! ¡Dale! Ahora nos vamos a la cancha, y después hijo, te llevo a
comer una pizza, vamos! ¡Dale,
acompañame!
El viejo me lo
pidió domingo tras domingo ¡No, no fui! ¡Nunca lo acompañé y ahora ya no
puedo!... La insolencia de la juventud, el tonto capricho de un adolescente
rebelde. Absurdo capricho confundido con
carácter firme.
Voy al
encuentro de mi amigo y su hijo. Vamos a la cancha.
-¡Roque,
levantate! ¡La mesa está servida! Golpea
nuevamente el recuerdo.
Como todos los
domingos, me veo sentado a la mesa casi dormido.
Se almorzaba
temprano en casa; mi papá ya estaba
preparado para el partido. Sobre el respaldo de la silla dejaba la campera de
gamuza. Tenía cuello y puños tejidos, y la gorra, sí, el viejo usaba gorra para
la cancha.
Fue la época
que se jugaba los domingos por tarde, cuando el barrio flotaba en el sonido del
partido, cuando el futbol era una fiesta.
La voz del
viejo en mi memoria:
Roque ¡No
sabés la emoción! ¡El pibe de oro! ¡El Lazatti, no sabés como jugaba! ¡La época
de Tesorieri, de Cherro! Yo era un muchacho… Me hubieses visto la tarde del
boina Severino. Fuimos con la toda la barra. Yo estaba de novio con tu madre,
cuando el glorioso gol, la histórica línea con Lombardo, Mouriño y Pescia.
¡Roque, cuando
vos naciste debutaba el Rata!
No quise
recordar más.
¡Sabés viejo!
¡Ayer, ayer por la tarde estuve en la cancha! Fui con mi amigo y su hijo.
Te tengo que
inventar, ya sé que ahora te tengo que inventar para sentarnos frente a frente
en aquel patio que ya no existe, y
contarte que me palpitaba el cuore ¡Me palpitaba, cuando los vi salir de la
manga!
¡Después!
¡Después cuando estaban en el centro de
la cancha lo supe viejo ¡Por primera vez supe como brilla el azul y oro!
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