"La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria no podría imaginar". Jorge Luis Borges

lunes, 2 de mayo de 2011

En una esquina cualquiera


“EN UNA ESQUINA CUALQUIERA”

Roque Vega

Aceleraba los  pasos dejando atrás, adormecidas esquinas faroleras, entre mugrientos fondines, repletos de hombres curdas de fracasos, bebiendo un vino más denso que su propio destino.

El viento lo  azotaba, se acomodó el sombrero tratando de cubrirse el rostro.  Dobló la esquina hundiéndose  en la estrecha calle, habitada por fantasmas de malevos, malandrines y algún que otro matón, abrazado a una minusa de boca despintada, por tanta risa inútil.

Alguna mortecina luz titilaba en la silenciosa lejanía de los tiempos.
Se estrechaba la calle mientras aceleraba los pasos

Las veredas humedecidas, reflejaban una ciudad invertida, la que ya no era.

¡Sí! finalmente estaba llegando, esa era la calle, apuró el paso resguardándose de la llovizna.

-¿Que hora es? -se preguntó. Quería llegar a tiempo.

Miró su reloj, las agujas, en su continuo y loco girar lo tranquilizaron.

Cruzó la calle, las luces  del bodegón parpadeando a destiempo, lograron que alzara la vista.

“Fonda El Lucio” leyó... sonrió...
Descuidadamente miró a través de los cristales... una pareja chamuyaba indiferente, mientras alzaban los larguísimos fideos enrollados  en el perdido tenedor. Mantel de papel y dos groseros vasos de vino negro, cerraban la escenografía.
Ella, arrancaba un trozo de pan... él, chamuyaba sin dejar de comer.

Otra pareja, bailaba ensimismada entre las mesas usando todos los cortes y quebradas, con la premura, de quien tiene que gastarlos todos en ese momento.

Arrullado por la niebla dormitaba el  farol. Eso de peleas y cuchillos... ¡Ya no se acordaba!
¡Es que no había más compadres! El último matón, había pasado por allí,  quien sabe cuando.
  
Se acercó a la pared, la lluvia jodía nuevamente 

Cuatro muchachos, dejaban presentir  las risas detrás de la vidriera del bar...

-¿Sexta don? le preguntó el pendejo; escondiendo los ojos entre el flequillo  y una cuadriculada visera. 

No llegó a responder,  la sexta y el pendejo habían desaparecido.

Dando un salto, cruzó las ocho esquinas inventadas por la lluvia.

-¿Flores? 

-¡¡¡siempre gustan señor!!!... le dijo la mujer, intentando una sonrisa mientras le acercaba el manojo de rosas...

No se detuvo, quedó con la imagen de la mujer flotando en su mirada.

-¿qué hora es?- Se preguntó nuevamente...

Tan, Tan, Tan, respondió el reloj de la plaza; lo descubrió entre  el ramaje de los árboles. Miró su reloj. Las agujas giraban alocadamente confirmándole que, efectivamente ¡esa era la hora!...

¡Siempre estamos a la hora exacta! pensó.

Cruzó la avenida grande, continuando por la calle estrecha, rumbo al encuentro, que no sabe donde, ni cuando.

Desde lejos, se divisaba la roja luz titilando sobre el empedrado de aquellas calles en pendiente.
Marquesinas de colores, coronadas con luces intermitentes. Varios hombres a la puerta; los faldones de pana,  rozaban el piso acompasados por la brisa.

Se recostó contra el viejo portón, el recuerdo de la melodía, se le hizo silbido en la trasnochada figura que no estaba.  Respiró profundo y entró decididamente.
  
Un mundo de humo, niebla de luces magenta, mezclado con  guturales risas.
Se confundió entre el chamuyo casi gritado de aquella borrachería.

-¡¡Buenas!! Dijo varias veces sin que nadie respondiera.

Se mezcló entre las aturdidoras mesas  dirigiéndose al mostrador,  un viejo estaño de memorias acodadas.

Dominaba el ambiente, el mascarón de proa de un barco negrero, la fuerza de la imagen lo detuvo; pagano altar a un dios impiadoso.
Cientos de copas adorándolo, todos, borrachos de recuerdos hablaban sin cesar frases incoherentes, era una oración colectiva al dios sin oídos.

El iluminado  mascarón, con la vista nublada de infinitos, intentaba encontrar su orilla.


El gordo, acomodando su sombrero, le hizo paso...

-¡¡¡Adelante!!! Le dijo...
-Acérquese que no muerde- soltando una burda y desafinada carcajada. ...
-¡¡¡acérquese hombre!!! Lo invitó la mujer de rostro desteñido, dibujando una burlona y lasciva  sonrisa,  mientras vaciaba su inmensa copa. 
El gordo dándole un empujoncito por la espalda  dijo...
-¡¡¡adelante!!!... ¡¡¡pase!!!
-¡Están todos borrachos!,... ¡borrachos de recuerdos!...
¡tan borrachos! que no ven el vino nuevo.

Se abrió paso entre el gentío... ¡desde la escalera veré mejor¡ pensó…

Sonrió cuando la muchacha, tomándolo del brazo, dejó deslizar una pícara sonrisa mientras le mostraba sus encantos.

Lo llevó al centro de la pista,... bailaron, bailaron como si nunca lo hubiesen dejado de hacer.

Se apagaron los gritos, las risotadas y se encendieron los murmullos. Indudablemente era el más envidiado bailarín. 
Un segundo después, varias parejas danzaban rodeándolos.
La música giraba, ellos giraban, todos giraban; el melancólico bandoneón, apoyado en dos violas, continuaba interpretando tiempos.

El silencio ganó el lugar, cuando, la muchacha tomándolo de las manos, besó su rostro y lentamente se alejó; él, sin gesto alguno, la siguió con la mirada, hasta que la vio perderse entre el gentío.

-Desde la escalera veré mejor, se repitió.

Subió de a dos los escalones, en el descanso respiró profundamente.  Los vidrios coloreados del ventanal, inventaban una luna entresoñada, dando una vuelta a la manija abrió de par en par el ventanal. 
Miró fijo asegurándose  que era cierto..... ¡La otra¡..... ¡La otra luna! Estaba sobre el río; danzaba sobre su propio espejo.

Bajó rápidamente, abriéndose paso, pasó entre los adoradores del mascarón. Buscaba la puerta. Lo tranquilizó pensar, que, definitivamente, la noche, termina en su propio y silencioso amanecer.

Estaba vivo, y eso lo alegraba. No había finalizado su reinado estaba. La sonrisa se transformo en todo él... acomodó su ropa intentó mirarse en el espejo del reloj. Camino en dirección a la calle que baja a los pies de la ciudad.

Cruzó la plaza grande, reflejos y silencios. El almacén cerrado... danzaban los faroles al son de la nocturna brisa entremezclada de casonas, corralones, enredaderas, patios y baldíos...

Aun era temprano para el diario, deseaba profundamente ver  las noticias... ¡¡¡seguro que lo dirían!!!... ¡quería verlo!... siguió hacia el bajo unas cuadras más, estaba seguro, ese era el lugar. 

Portones cerrados, verjas oxidadas de olvido, abrazaban el sueño de una enredadera...

Calles solitarias.... caminó, una, dos, tres cuadras... luna y silencio, entrecortado por el lejano ladrido de algún perro.

El viento trajo el sonido. Fue un instante. Se apoyó contra la pared; otro respiro del viento  le confirmó que  había música. Miró hacia todas las direcciones.

El silencio era interrumpido por la música; luego fueron risas, ¡música y risas!

El paisaje se tiño de azul; ese largo y lánguido azul de presencias.

Se miró en la descascarada pared.
Acomodó  su saco.
Lustró los zapatos restregándolos contra el pantalón.
Encendió el cigarro, frotando el fósforo  contra el paredón, el pucho, se consumió entre los dedos.

Enderezó el sombrero.

Lentamente se acercó.

La destartalada puerta, estaba entreabierta dejando ver, a través de la cancel,  flashes del patio, ropa tendida, macetones grandes, cortinas de junco enrolladas a las puertas.
Más allá, el piletón, el parral y las dos higueras; miró cada detalle.

Tímidamente dio los primeros pasos, se asomó entre el ramaje de la glicina.
Los vio, ¡¡¡estaban todos!!! ¡se reconoció! 
Regresó uno pasos para mirarse en la descascarada pared, junto al despintado portón.
Vio su estampa trasnocharse entre la glicina. 

Sillas y más sillas en redondo al patio viejo. Podía leer infinidad de señales.
El Cacho y el Rulo, corrían detrás de la pelota, sorteando sillas y macetas.

Cerró el ramaje, no deseaba que lo vieran. Solo anhelaba que lo vivan.

Estaban todos: La rusa, el tano, la gallega, el polaco,.......
Cuando giró la vista,  había un malevo en cada esquina,
miles de jazmineros florecidos en el chamuyo de cada compadre.

Se iluminó la ventanita de la pieza del frente, esa,  la que da a la vida, es decir, a la larga calle sin esquinas para beberla toda de un tirón; en su paisaje de rencor, deseo, amor, odio y celos entre huidas y regresos.

Sonrió... -¡¡¡todas macanas!!! Pensó...-¡¡¡esto es macana!!!....-¡es real pero no tanto!

-Son emociones...  emociones  que danzan sin razón,… a la orilla del río que creó la ilusión… Esta ilusión, con forma de danza.

Continuaba mirando el patio mientras retrocedía.

¡¡¡Ya nada  quiero!!! Pensó.  -¿cual regreso? -si nunca me fui.

-Es que sin querer cree esta historia, ¡sin querer!  Repitió deslizándose en las cuatro dimensiones de la ciudad

Sonreía mientras pensaba en voz alta:

-Les dejé esta historia, para que: cada rantifusa  tarde de apoliyados  soles suburbanos, allá, donde esta la infancia, la juventud, el primer beso, la gran desilusión, los abrazos y los adioses, el gran amor, los hijos, el laburo; entre jazmines, portones, esquinas, baldíos, patios y  glicinas, cualquier trasnochado chabón me pueda escribir, contar, inventar, pintar.
Y, una tarde cualquiera, entre chatas y corralones,  me componga la quebradiza música de una orilla sin fin.

¡¡¡Estoy!!!  ¡En todas y cada una de las esquinas¡ ¡es que nunca me fui¡

¡Por eso señores! ¡¡Por eso!!

¡¡¡Es mentira lo que dicen los diarios!!!:  ¡Qué el último guapo volvió al arrabal! 

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