“LA MESA 10”
Muchas veces, el recuerdo, es parte de esa realidad,
que vuelve a ser recuerdo.
Me negué varias veces ¡no tenía ganas de ir!
Sistemáticamente busqué una y otra forma. Una y otra excusa, llegando a la convicción, que la única solución, era ir a la fiesta.
La boda, se realizaría la segunda semana de diciembre, eso me pesaba bastante, el agobiante clima, y sin contar que, a esa altura del año, el cansancio se nota por todos lados.
Hoy, a la distancia, pienso que, de no haber ido, jamás hubiese contado esta historia; y lo que es peor, nunca hubiese conocido el intenso fuego interior, desvelando las rojas entrañas de mi volcán.
Mi separación matrimonial, fue hace cinco años, cuando estaba por cumplir los cuarenta.
Puedo decir sin equivocarme que, viví un matrimonio lineal, sin muchos altibajos, lo que cotidianamente se dice “Un matrimonio Feliz”
Reuniones con parejas amigas, cumpleaños de tías, cuñados y sobrinos. Quince y comuniones familiares. El feliz navidad, con el consabido regalito a tía Zulema, que, demás está decirlo, y, a pesar que vivía a dos cuadras de casa, era la única vez en el año que la veía.
Luego las vacaciones, caminatas junto a la playa. Un trago en el bar del hotel. El casual encuentro con alguien conocido en la heladería de la escollera. Luego, recomenzar el trabajo, con las charlas y comentarios de siempre.
Unas semanas después los preparativos para el ¡felices pascuas! con las gallinitas y conejos de chocolate, para los sobrinos, que ya no eran tan niños, pero.
Reitero, un matrimonio “Feliz” ”Como Dios Manda” dicen las tías. Y aun me pregunto, si Dios manda que vivamos inmersos en la mediocre rutina. Sumergidos en la apariencia de lo que no es. Pero, esas son las reglas sociales ¡y hay que respetarlas!
“Como Dios Manda” “Como corresponde” dicen las tías, corriendo apenas, las cortinas tejidas al crochet, permitiendo ver algo de la plaza y la calle Mitre, ritual que repiten cada día, a la hora de la misa vespertina.
De abril a diciembre, la vida de ejecutivo bancario se continuaba en el living de mi casa, mientras mi esposa, corregía los continuos y extenuantes exámenes con que torturaba a sus alumnos de la cátedra de literatura antigua y medieval.
Por supuesto, en casa no faltaba nada, absolutamente todo lo que estuviese de moda ¡lo teníamos! Solo nosotros no estábamos.
Retomo la historia que les quiero contar, la del día de la fiesta.
Ese viernes me lo tomé para mí, quería descansar, hacer todo sin apuro alguno, almorzar bien, luego una buena siesta. Sabía que la fiesta se prolongaría hasta la mañana siguiente. La noche y las sonrisas sociales serían largas.
Hice los últimos ajustes a la corbata. Me retoqué el cabello. El espejo me devolvió una imagen mucho más elegante de la que imaginaba; esbocé una sonrisa de auto complicidad.
Finalmente logré estacionar a pocos metros de la catedral, había dado varias vueltas a la plaza Mitre, intentando encontrar ese lugarcito tan preciado.
Bajé del coche, mientras caminaba me coloqué el saco, sonreí, en unos segundos, comenzará la actuación social, pensé. Entré a la catedral.
El calor me sofocaba, decidí salir un momento. La novia llevaba más de media hora de atraso. Al salir, saludos sonrisas de conocidos. Me alejé un tanto, caminé entre los canteros, encendí un cigarrillo.
La vi cuando cruzaba la calle, venía en dirección a la catedral. ¡Que elegancia! tal vez, fue una forma de encubrir alguna otra frase que mi mente pensó.
Pasó tan cerca que pude presentir su perfume. La seguí con la vista hasta verla entrar a la catedral. ¡Que elegante! su cuerpo, es el susurrado oleaje de un atardecer de verano. Sonreí.
Gritos, aplausos, frases de alegría en medio de la plaza. Luego, la tormenta de arroz sobre los novios.
Entre risas y bromas, Gabriel, Eduardo y su esposa se acercaron, juntos nos dirigimos a la recepción. Al llegar al Social, amables recepcionistas indicaban nuestra ubicación.
Puedo jurar que no la vi llegar, cuando giré, estaba detrás mío con su invitación en la mano.
El jardín de la residencia estallaba en florecidas enredaderas. La espera, fue amablemente distraída con algunas copas y pequeñas exquisiteces.
A las once y diez de la noche, los novios hicieron su triunfal entrada, en medio de música, gritos, algarabía, saludos. Miles de estrellitas flotando en la inmensidad del parque. Eran furtivas y efímeras luciérnagas rendidas a los pies de la fuente. Luego las fotos, y las repetidas emociones en cada abrazo, en el deseo de todos y cada uno de los amigos y parientes.
Para mí, eran flashes de otro tiempo, de otro momento de mi vida; que confundí entre propio y ajeno.
Golpeando las enguantadas manos, invitaron a pasar al gran salón.
La fiesta estaba por comenzar. Caminamos a través del gran pasillo adornado con cuadros y tapices.
-Buenas noches Señor.
-Por favor ¿cual es su mesa?
-La diez: respondí.
Acompañándome hasta la mesa, corrió la silla, su invitación a sentarme, y el consabido:
-¡qué disfrute la fiesta señor!
La vi llegar acompañada por la recepcionista, quien, corriendo la silla lindera a la mía, repitió:
-¡qué disfrute la fiesta Señora!
Estaba junto a mí, el destino, quiso encontrarnos en la mesa diez.
-Buenas noches, le dije.
Me respondió con un buenas noches, que, más que formalidad, para mi era una realidad.
-Me llamo Pablo, le dije.
-Encantada, Aldana es mi nombre, dijo estirando su mano hacia la mía.
-¿Vino blanco o negro? preguntó el mozo.
-Negro, dije yo.
-¡Sí! Negro, repitió ella.
A la inmensa mesa para ocho personas, estábamos solos. Levantamos las copas y esbozando una sonrisa brindamos.
El movimiento de las luces, humo y demás efectos especiales, distraía nuestras miradas, en el girar de las parejas, en ese agitado baile.
Una hora después éramos ocho a la mesa. Tres matrimonios y nosotros dos.
Yo, apenas conocía a mis compañeros de mesa, ella, parecía estar en la misma situación.
Para romper el hielo, hice una broma acerca de la comida, sonrío respondiéndome con otra broma.
Vi la extraña luz en su mirada. Festejé su broma, al sentir el cómplice brillo de sus ojos.
Al reiniciarse el baile, quedamos solos a la mesa, una copa y varios chistes.
Nuestra sonrisa se transformó en risa.
Entonces, comprendí que estaba en una fiesta. Una propia por supuesto, interna, profunda, de recónditas músicas largamente presentidas. La otra música estaba afuera, allá en medio del gentío que se agitaba sin cesar.
Desde aquella noche, ya ha pasado mucho tiempo.
Cada vez que nos encontramos, a escondidas por supuesto, las reglas sociales son las reglas y hay que respetarlas, sin que ellas nos respeten a nosotros en lo más mínimo.
Repito, cada vez que nos encontramos, nos quema el mismo fuego.
¡Es la fiesta que continúa! ¡Es que nunca ha finalizado aquella noche!
Luego, el momento de la mesa dulce, bajo el jazminero embriagado de flores.
Aun danzamos envueltos en su aroma, sus ramas estaban detrás de nuestra mesa. Bailamos y reímos.
¡La música no finalizó!
Recién se fue. Sé, que por un tiempo no la voy a ver. Ya la estoy extrañando. Entonces me lleno de trabajo, es una forma de acortar el tiempo. Tal vez la forma de distraer la ausencia.
Allá, sobre la cómoda, está la foto tomada aquella noche. Estamos sonriendo con las copas rebosantes de uvas maduras.
Esa foto, retiene el tiempo, lo aprisiona, acompañándome en las horas de silencio, cuando la ausencia se hace murmullo espiando por detrás de la ventana.
Ya lo conté mil veces.
Ya lo repetí otras tantas...
Caramba, ¡Esta lluvia que no cesa! ¡El gris se alarga hasta el infinito de la avenida transformándose en noche! , el teléfono que no suena, ¡ya debería sonar! ¡Ya es hora que lo haga!
Como espero ese llamado, y la absurda pregunta que le da sentido a mi vida.
-¿podemos tomar un café?
Afuera sopla el viento, golpea la ventana. Siempre miro a través de ella, tal vez la vea llegar. Voy a encender la chimenea, está haciendo frío.
Luego, cesó la música y se alzaron los chistes y las risas, las ligas, la torta, el anillo escondido, el ramo, gritos y la despedida.
La delgada línea del horizonte destiñó la noche, el día, apenas presentido, se asomaba.
Salimos.
-Te llevo hasta tu casa le dije.
El vino negro, había jugado su magia de uvas maduras.
-Donde te llevo, le pregunté al dar la tercera vuelta a la rotonda de Savio, antes de cruzar las vías. Aquella madrugada, hacia el fondo del paisaje, las chimeneas humeaban entre rojos y blancos.
-Nos hemos reído tanto, dije.
Dí una vuelta más a la rotonda tratando de retener la magia de esa noche. Sí, deseaba retenerla, girando y girando por la ciudad.
De pronto me dijo:
-¿Podemos tomar un café?
En la lejanía de Savio, fuego y humo en las chimeneas.
Estaba junto a mí, sentí su palpitar y el dulzón perfume. Aleteaban en mi pecho, mil palomas sobre el fuego de todas las brasas. Bandadas de pájaros cruzaban rumbo al puerto.
Entonces, nuevamente Savio y girar hacia el centro. La plaza Mitre, y allá, el ajeno salón de fiestas.
Estacioné sobre Italia, cruzamos a Augustus. Nos sentamos a la mesa, junto al cristal, la que da sobre las cuatro esquinas.
-Charla, café, luego me dijo: - Llevame a casa Pablo.
-Aun no me dijiste donde es tu casa, respondí.
-Ahora vivo allá, al final de la avenida, pasando la radio, hacia la ciudad grande.
-Antes vivía por estos lugares, apenas unas cuadras.
-Por favor, llevame a casa.
Manejé en silencio. Salí a Moreno y aceleré.
-Después de la plaza, ves, allá en el último piso, en ese edificio vivo yo, Me dijo
-El lugar es muy pequeño. Le brillaba la mirada.
Continué callado.
-¿Como te sentís? me dijo.
-¡Estupendo! respondí sin pensar que me decía.
-¿Cuanta azúcar?
-¡Nada! ¡Nada! dejalo así.
-Como quieras, respondió.
El sol estaba muy alto y seguíamos abrazados. En el primer momento creí que soñaba, la miré varias veces, dormía profundamente.
Giré la cabeza buscando el reloj, que, pausadamente marcaba las dos de la tarde.
¿Cuantas horas habíamos dormido? ¿En que momento? No lograba recordar.
Me dormité nuevamente tratando de no despertarla.
Sentí su mano acariciando mi cabello. Cuando abrí los ojos estaba semi erguida, me miraba fijo. Acarició nuevamente mi cabello. Sonriendo me dijo:
- Las cinco de la tarde. Levantate remolón, una ducha, y luego algo debemos almorzar.
La miré sin pronunciar palabra. Estiré los brazos atrayéndola contra mi pecho.
Las siete campanadas del reloj nos despertaron.
¡Si! Se fue hace un rato. Sé que por unos días no la voy a ver, y ya, ¡ya la estoy extrañando!
Quiero aprender a no extrañarla. Ya veré como hago. ¡Ya aprenderé como se hace eso de no extrañar!
Ves, apenas salió, y nuevamente estoy contando la historia.
Sé que es imposible, ella tiene su vida, su mundo, allá, hacia la ciudad grande. De tanto en tanto, y solo por un rato, puedo compartir su historia.
A pesar de eso, a cada instante, en cada tic tac del reloj, espero el cómplice llamado, la obvia pregunta que da sentido a mi vida ¿Podemos tomar un café?
-¡Pablo! ¡La cena está servida!
-Vamos querido, ¡se enfría y es una lástima!
-Pablo, dejá de mirar por la ventana.
-¡Que fijación tenes con la ventana! ¡Pablo! ¡Que encontrarás detrás de la ventana!
¡Que cosa nueva vas a descubrir! ¡Que verás, que ya no hayas visto!
-¡Querido!
-He preparado arroz ¡así! ¡A punto!, con la salsa que te gusta...
-¡Pablo! ¿Me escuchás querido?
Es Magda, ¡mi esposa!, nos casamos hace un año.
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