“PASAJERO DE CALLES AJENAS”
Al llegar a la esquina, aceleré el paso. Crucé el baldío acortando el camino.
Al acercarme al paredón, presentí el aroma de la enredadera, que, apoderándose del azul silencio de la noche, se escondía en la quietud de esquinas y arboledas.
Nuevamente escuché la melodía. Esa rara sensación recorrió mi cuerpo, no quise girar, estaba seguro, la música llegaba de allá, del centro del baldío.
Abrí el portón, cruce decididamente el zaguán.
Ya estaba en casa, dejé mi saco sobre la silla, encendí el fuego, preparé mate. La tele, distrajo por unos segundos mis pensamientos.
Regresó la melodía, sin que pueda determinar bien, desde que rincón de la noche
surgía.
Apagué la tele y la luz. La melodía flotaba en la inmensidad del paisaje.
Miré el reloj, aun faltaba para el amanecer.
Suavemente abrí la ventana de la cocina, espié, tratando de ubicar desde que rincón llegaba la música.
La noche se entremezcló en los acordes de un dulzón y rato tango jamás compuesto.
Sí, ese sonido flotaba en la noche interior. Lo busque intensamente en mis silencios, luego, a lo largo de la ciudad, desde el puerto, la ribera, las céntricas calles y los boliches, que rodean los barios pobres del suburbio.
¡¡¡Estoy seguro!!!
Ese tango, jamás, fue compuesto.
Cada compás de la melodía encerraba el arrabal, abarcaba todas, hasta aquella y última esquina sin farol.
Esa que es más arrabal, porque, luego de ella, solo hay descampado y lejanía.
Giraban y giraban los compases, sin lograr determinar desde donde llegaban. Solo estaban, los sentía en cada centímetro de mi cuerpo. Hasta que finalmente alargó los acordes, desapareciendo entre los destellos de cada rincón de la noche.
El silencio se apoderó del silencio. Cerré la ventana. La enredadera brillaba acariciada por la luna.
Repasé con la vista una a una las hojas de mi carpeta, que, finalmente también cerré.
La tarde doró el patio, azulando cada rincón que murmuraban el ocaso hasta que la quietud se posó sobre el último de ellos.
La suave brisa acarició mi frente, caminé, caminé sin descanso, crucé la vieja estación, el boulevard, la plaza Mitre, luego rumbee hasta llegar a la primitiva estación que orgullosamente se erguía junto al río.
Nuevamente el conocido paisaje, la rotonda, las vías arboledas y allá en la distancia las chimeneas en su constante labor de iluminar la lejana noche del puerto.
Regresé al centro, todo era quietud. La brisa cruzaba de calle en calle.
En la solitaria noche, camine, busqué en cada esquina, sabía que estaba por ahí.
Cuando giré, me encontré rodeado de esquinas, que se abrían en infinitas calles.
Aguardé paciente, sabia que llegaría, esa melodía llegaría. Me recosté contra la pared, la brisa se agitó jugando entre los perfumes del verano.
Entonces se alargó mi emoción hasta confundirse con al melodía.
Estaba seguro, esa noche desvelaría el secreto.
Caminé hacia Moreno, dejándome llevar por la música. Caminé a través de la silenciosa plaza de la radio. Aceleré los pasos en dirección al puerto. Crucé las vías, una, otra, otra cuadra y de pronto ese baldío.
Solo oía mis pasos sobre el matorral.
Me detuve. Creí ver una fugaz luz. Me acerqué.
Entreabrí pausadamente, los pastizales.
La parte de atrás de la casona daba al baldío.
La vi moverse. No pude distinguir que hacía. Parecía acomodar cosas, que luego reacomodaba.
Esa Mujer, iba y venía dentro de ese cuarto, iluminado por una tenue lámpara que descansa sobra la pequeña mesa cubierta por un paño rojo.
Me acerqué, tratando que no percibiera mi presencia.
Un enorme hueco en la pared, disimulado por la enredadera, hacía de entrada a esa vieja casona.
Esa mujer, ocupaba la habitación y algo parecido a una habitación hecho de madera y chapa. El viento trasmitía un lejano perfume de madreselvas.
Observé largo rato, supe que esa habitación es comedor, dormitorio, sala de estar, lugar de trabajo y tendedero cuando llueve.
Pude distinguir algo sobre la mesa. Sobre el largo mueble apoyado contra la pared, lo adornaban retratos, algunos cacharros, varios libros y dos cuadernos.
Junto a la mesa, dos sillas, con asiento de paja.
Sobre el precario patio con piso domino en blanco y negro, varios macetones, algunos de lata.
De una de las puertas, colgaba la tela que simulaba una cortina.
La vi cuando tomó los libros; los llevó a la mesa, hojeó uno de ellos, luego lo regresó a la cómoda.
Por un segundo pensé que me había visto, creí ver cuando fijaba su vista en mi.
Se acercó a la puerta, lentamente cerró sus hojas, no hizo mueca alguna. Corrió la cortina que permitía translucir la pálida luz naranja rojiza.
Cesó el viento en el alero. Permanecí observando el paisaje detalladamente.
El suave orden jugaba entre los elementos de ese lugar. El macetón que apoyaba contra la columna, dejaba deslizar por esta la enredadera, que, ligeramente llegaba al techo de chapas escondiéndose entre listones de antigua madera.
Me acerqué atraído por el perfume de la enredadera.
Lentamente comenzó a sonar la melodía. Era el viejo tango jamás compuesto. Embriagaba su cadencia, muchos de sus compases me resultaban conocidos.
Sonaba el bandoneón y creí ver a los muchachos riendo, el murmullo de voces domingueras, risas, niños corriendo, el baile del club, luego la pizza en el Bar Roque y la madrugada de la espera.
Me acerqué rozando suavemente la enredadera .Mis manos sintieron la brisa, el patio se lleno de viento.
La melodía cadenciaba más y más, hasta contorsionarse en rítmico y acelerado torbellino.
La vi girar, la mujer estaba allá, giró y giró al compás de la música, hasta que se paró contra la puerta. Me sonreía.
Continuó sonriendo sin bajar la vista.
Con la mano señalo su cuerpo, y me dijo:
-Estoy vestida como en la primera espera.
¡¡La primera cita!!
Pero…. ¡¡no soy la misma!!
Sostuvo la sonrisa y luego silencio, no dejaba de mirarme.
Yo, sin bajar la vista, comencé a retroceder.
La cadencia del bandoneón abarcaba todo el patio.
Abruptamente retrocedí y le dije, ¡¡¡me tengo que ir!!!
- ¿Me buscaste y te vas?...¡¡¡Me vestí como en la primera cita!!!
¡¡¡Me tengo que ir!!! Respondí,
¡¡¡No tengo mucho tiempo!!!
Se acercó sin dejar de sonreír.
Quedé estático, El extraño perfume de noches, bares, puerto, esquina y patios, danzaba en derredor suyo. Éramos nosotros, en aquellas noches de milonga, por un segundo escuché la risa de los muchachos.
¡¡¡Me voy!!! Afirmé, ¡¡¡no tengo mucho tiempo!!!
Se acercó, tomándome suavemente del brazo, me dijo:
-¡¡¡Si tenés y mucho!!! ¡¡¡Tenés toda la historia y el futuro!!!
¡¡¡Todo el pasado por delante tuyo!!!
-Si los sigues escondiendo, los sueños se irán al fondo del tiempo, entonces, si, habrán transcurrido. Indefectiblemente, ellos y vos, habrán sido.
-Y yo, infinitamente, seguiré aquí, a la espera, en medio de este viento que azota cada nostalgia de cualquier trasnochado recuerdo.
Entendí que me decía, sus palabras era una serie de entradas, que al iluminar un pasillo, se encendía la luz en el siguiente y así sucesivamente. Me permitió presentir el camino.
La miraba, miles de imágenes cruzaban mi mente, el boulevard lleno de carros que iban y venían, el recuerdo de las vides, y allá, alguna luz en la esquina del boliche. Por un rato permanecí entre el sueño y creer que no era cierto, estaba en medio del paisaje, sus palabras y mi realidad.
¡¡¡Si!!! Esta realidad, que ahora, se movía entre sus propios extremos.
Tomándome de la mano, me llevó hacia el otro extremo del patio, nos acercamos a la puerta, corrió la cortina, me hizo una seña.
-Adelante, me dijo.
Entré a la habitación, me señalo la mesa, dos libros y un par de hojas descansaban bajo un lapicero de multicolor facetas.
Ella se envolvió con la melodía.
¡Hermosa música! -le dije
¡¡¡Si!!! Es el tango jamás compuesto. Lo habrás oído al doblar cualquier esquina de esta ciudad. La vieja estación, el boulevard, las plazas.
De pronto, con los muchachos, estábamos jugando un billar , reíamos, la milonga, el club, todo se azulaba.
Sonreí.
-¡¡¡Estoy a su espera!!! Dijo mientras descorchaba una botella.
Llenó dos copas, levantando sus manos dijo ¡¡Salud!!
Chocó las copas, luego me entregó una. -¡Bebe, me dijo!!
La miraba extasiado, esa mujer no tenía edad, solo sabiduría, enigmas y misterio, brillaba su vestido. Sonriendo repitió -¡bebe!
-Sé que estas pensando - me dijo. Se acercó sin bajar la vista.
-¡¡¡Sabés!!! ¡La diferencia está en saber distinguir entre uno y su propia apariencia!
-¡¡¡Cuando uno es!!! Todo lo demás viene por añadidura ¿o no?
-El error está en buscarme entre muchas cosas que pertenecer a la mitología más que mi esencia.
En ese instante comprendí, que me decía.
-¡Ves llegaste! Tardaste pero estas aquí, esta noche estás aquí luego de haber recorrido todas y cada una de las calles, todos y cada uno de los rincones de esta ciudad.
-Te esperé, ves, la ausencia y el tiempo transcurrido, ¡¡¡no separa!!!
-Fue tu búsqueda, la que me mantuvo aquí, a tu espera.
-Es tonto que me necesiten vestida así, si estoy aquí y allí de la misma forma.
-En cualquier baldío, plaza, esquina, boliche, fabrica, suburbio.
-Anoche te vi cuando me buscabas.
-Me tenías junto a ti y no me veías, continuabas caminando, me buscabas sin darte cuenta que nos habíamos visto mil veces.
-Claro buscabas mi imagen exterior.
-Todos creen que, solo el lado que vemos de las estrellas, es el que brilla.
Sonreí.
Ella continuó:
-Estoy aquí desde siempre. Aquí, al igual que los otros lugares ¡¡¡es todas partes!!!
-Supe brillar, beber, amanecer entre lujos y las precarias viviendas, entre risas y llantos y melancolía. Estoy en vos, en cada una de tus esquinas. Estoy allá, en los potreros y baldíos, entre las bulliciosas y soñadoras risas de los muchachos, en el girar de cada calesita.
-En las bravas esquinas de los barrios bajos llenos de tabernas.
-Estoy con todos y cada uno ellos, con todos los que me buscaron desesperadamente en las febriles noches de lirismo…
Se acercaba, su mirada brillaba intensamente.
-Si este patio también es todas partes y vos, ¡vos sos todos ellos!
En ese momento, la enredadera me pareció más alta, creí que se perdía en el crepúsculo de aquella tarde que se llevo mi infancia.
-¡Desde entonces te busco! Le dije
-¡¡¡Desde entonces te espero!!! Me respondió
-Ya, ninguno de los dos somos inocentes, ambos sabemos que, nos buscamos intensamente. Finalmente nuestras manos se rozaron.
Mirándola fijamente le dije:
-Yo te busqué entre galpones, barcazas, anduve día y noche por el puerto, vi todos los navíos, te busque en el sabor de densos vinos, entre callejuelas y tabernas, te presentí en todos los paredones cubiertos de glicinas. De pronto estabas allá, entre las chatas y los corralones, estabas en la primera y en la última calle del suburbio, y en todas las orilleras tardes que se recuestan sobre el río.
Sonrió, abriendo los brazos dijo:
-Estoy en todas partes, también en el domino de un viejo patio iluminado a kerosene, bajo un inmenso parral en cualquier atardecer, en el perfume de la noche, ese jazmín en la solapa y en la milonga del viejo boliche que aun hoy continúan presintiendo mi sonido.
-Me buscaste, y perdiéndote, tuviste que atravesar el silencio de cada noche, en tu desdibujada fantasía de encontrarme.
No pude responderle.
Se acercó a la puerta de la habitación, y señalando el patio dijo:
-Esa tarde, el muy caprichoso otoño, jugó a dorar todo, durante largo rato.
Sin dejar de mirarla, sentí embriagarme, la melodía, estaba en todas partes.
Se acercó más y continuó:
-Esa tarde creí que era la definitiva. ¡Pero no!, ¡aun no está escrito!
Eso es lo bueno, y lo sé.
Desde lo profundo pude presentir que su mirada encerraba todas mis noches. Las de antaño, y las que vendrán, las vividas y todas las otras, las ciertas y la soñadas.
Sonrió y dijo:
-Tus manos, tus manos encierran toda la música olvidada, toda esa música que está por ahí y aun no fue.
-Sabía que vendrías.
-Me buscaste y ya ves, estamos frente a frente.
-Apurate, estamos parados sobre el tiempo. -Date prisa, no demores.
-Atravesaste el silencio de la búsqueda para que te narre una vez masque, me fui antes de besarlo, aquella vez lo confundí. Lo dejé en mi recuerdo para cuando esté anocheciendo. -Desde ese entonces, sobrevivo a la espera.
-Me hice amiga de las esquinas, calles, plazas, la tarde y la lluvia, ¡¡¡ellas siempre regresan!!!
El dulce silencio de la enredadera flotó, hasta bajar la luna al patio.
Nos miramos largamente. La rosada niebla dejó presentir el amanecer.
-Cuanta música olvidada encierran tus manos.
-Cuanta poesía olvidada encierran tus versos.
-Tanto olvido y aun no fue compuesto, repitió varias veces.
Luego sus manos acariciaron mi frente y dijo:
-No me busques más por allá, buscame dentro tuyo,
Cantá tu tango, cantalo a viva voz, vos sos parte del paisaje, sumergite al doblar cualquier esquina, dejate llevar por cualquier calle de tu vida, todas te llevan y allá me encontrarás.
Mientras cerraba la puerta de la habitación alargó su brazo, abriendo la mano intentaba encontrar la mía.
Casi en un susurro dijo:
-No hagas como ellos, que muchas veces, al verme en un rincón del boliche, me confunden con la nada.
El silencio se adueño del silencio.
Cerré la ventana. Repasé con la vista una a una las hojas pentagramadas de mi carpeta.
Sonreí,
Sonreí, porque finalmente, había encontrado la melodía de mi tango inicial.
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