Un boceto de Roque Vega
LAS BRAZZI
Roque Vega
“Fue un tiempo de barcos, acordeón y marineros”
Las Brazzi, viven en la cortada
Parker a mitad de cuadra. Al lado del despacho de vino y aceite.
Ellas
pertenecen a la memoria del barrio. Se las visita en momentos muy especiales,
son bordadoras y planchadoras de ropa fina.
Cuando se las necesita, Betty es la
que atiende. Seria de pocas palabras.
Bibi, la mayor, no se deja ver. Siempre en la zapie, borda y plancha, mira de reojo y continúa en su quehacer.
Violeta, es la
excepción, no hay chisme del barrio
que se le escape. Es
coqueta. Labios exageradamente pintados. El rouge algo pasa los limites.
Siempre dispuesta para ayudar a los
vecinos. Sonriente. No es como las
hermanas: -¡Esas son amargas, me aburren! –lo repite a cada rato.
Va de aquí por allá con su gastada bolsa para los mandados.
¡Qué Dios nos libre de encontrarla
en la panadería, almacén, porque puede quedarse hasta el anochecer.
Al entrar a la casa aun sin haber
descargado la mercadería comienza a recitar el rosario de chismes: Que el hijo
del doctor ¡Y la maestra, mejor ni hablar¡ ¡Claro! ¡Ustedes siempre aquí
adentro, si no fuese por mí, vivirían en el limbo!
Betty y Bibi la miran de reojo y continúan bordando y planchando. Les
molesta la alegría de Violeta. Ella
canta, tararea tangos tras tango, y no solo eso, también sabe las
canciones de moda, esos enloquecedores ritmos de ahora.
Las vecinas comentan cosas de las Brazzi.
Con ellas vive su sobrino. Mariano, excelente jugador de futbol, un
defensor de primer nivel. Este año termina el secundario.
Desde siempre Violeta mima a Mariano: las vecinas la recuerdan paseándolo
por la escollera, cochecito va, cochecito viene. Acompañándolo al cine. Aquel domingo
cuando vino el circo. Violeta no faltó a ninguna fiesta del colegio. Jamás dejó
de hacer la torta con velitas para los cumpleaños. Tardes enteras junto a
Mariano en la calesita de la plaza
Matheu.
Un budincito, el trozo más grande de pizza, unos pesos que escabulle de los
mandados. Ella tapa a Mariano en sus pillerías de adolescente.
Está orgullosa de él por sus calificaciones: -¡A este chico le da el Bocho!
– ¿A quién habrá salido? Seguro que no es por el ejemplo de la casa! ¡Porque nosotras tres andamos siempre de corte, lo digo por eso de
las luces!
¡No sé, si le gusta el futbol! Pero
siempre está junto al sobrino en el potrerito de Olavarría. No se pierde
ningún partido.
El barrio la mira, ella lo sabe. La miran y murmuran. No le preocupa canta,
ríe, parecería que nada la roza.
Lo hace para no mirar adentro, para no perderse en el silencio de sus hermanas. Cantando cree
distraer la realidad.
¡Sabe que las vecinas hablan! No agacha la cabeza, pero si recuerda al
igual que las vecinas. Cuando sus padres llevaron a Betty al campo, estuvo como
un año, dijeron que tenía anemia y de
paso ayudaba a su prima, que
esperaba un bebe.
¡Desde siempre murmuran las vecinas. No hace caso. Lo que le interesa es el
muchacho. Que viva feliz, disfrute con sus amigos. Sea un hombre de bien.
Que jamás dude que las tías lo trajeron
para darle lo mejor.
Violeta habla y habla. Lo hace para
no herir, para no indagar en el orgulloso silencio de la casa, o preguntarse,
sin obtener respuesta:
- ¿A quién habrá salido Mariano tan alto y con esos inmensos ojos azules,
siendo que Betty es tan petisa y morocha?
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