Un boceto de RoqueVega
DON
FRANCISCO
…Francisco
y Pilar, llegaron de Finisterre por el
treinta y tantos
instalándose
en La Boca, hasta convertirse en parte de ella…
Roque Vega
El almacén
con despacho de bebidas es parte del
barrio. Está en la esquina de
Garibaldi, sobre la cortada que va hacia el río. Ese edificio y Don Francisco
son la misma cosa.
Al entrar
el gran mostrador con cajones vidriados, exhibiendo fideos, azúcar, arroz.
Sobre el costado izquierdo la balanza,
junto a los cobertores de cristal para
el dulce de batata. Sobre las latas de galletitas, cuelgan los jamones. Junto a la puerta chica, el expendedor de
kerosene.
Detrás de
la desteñida pana roja, el despacho de bebidas. Una docena de mesas, gran estaño. Frascos con aceitunas y maníes. La
máquina de café. El tirador de cerveza.
Junto al
Almacén, la puerta que lleva a la
vivienda familiar. Mil veces fui con los muchachos hasta esa puerta. Es que los
hijos de don francisco juegan bien al futbol. Y en este barrio es muy
importante. Desde la primaria que venimos jugando el inconcluso campeonato con
sabor a baldío de la esquina. Los domingos a la mañana la purreteada con sus viejos y hermanos
festejamos los goles. El baldío fue nuestra bombonera de la infancia.
Luego del
partido, el bullicioso mediodía del
convento. Asado o fideos. Todos a la mesa y aquellos programas de radio mientras esperábamos el partido de
la tarde.
De eso
hablaré después, ahora, quiero contarles
de don Francisco y Pilar. Los viejos de Carlos y Alberto, los pibes del
almacén.
Don
Francisco, hombre de palabra, su conducta lo llevó a ganarse el cariño y respeto del barrio.
Según chamuyan sus hijos, es exigente con horarios,
estudios y educación.
Por este
barrio la magia transita sus calles diariamente, algunos de ellos son mas
mágicos; cuando todo fluye como el aire
entre los árboles. Fue en uno de esos días que me enteré. Nadie sabe lo que
escuché.
Sentados a
una mesa del despacho de bebidas Don Francisco hablaba con un señor. Tomándole
las manos le dijo: -¡Que Dios nos perdone!
Un segundo
después llego Pilar, sentándose a la
mesa junto a ellos.
Don
Francisco continuó: -¡Pilar era mía, antes de aparecer ese mocito!
El Cabo(*)
es testigo de nuestro secreto amor. Ella, una niña de quince años, y la casaban
por la fuerza. Yo veintidós y enamorado como los pájaros de la aurora.
Eso es
Pilar para mí, la aurora de mi vida la
plenitud del sol que hace germinar la naturaleza.
¡Dime!
¿Quién puede frenar el ímpetu de dos enamorados? ¡Fue un amor prohibido, un
gigantesco torbellino! ¡El fuego de un volcán, entre ojos acusadores!
¡Luego
aquella noche! Corrimos camino abajo, la estación de trenes, el puerto y esos
interminables días en medio de la tormenta.
Viajamos
abrazados, casi sin hablar, ambos escapados, y yo el ladrón.
Le robé la
dicha a ese mocito, que apenas conocía.
Lo ves,
para continuar, fue necesario que ambos dejáramos el pasado en otro lado, más
allá del mar, y así fue.
Asustados ante esta ciudad, caminamos hasta salir del
puerto. Apenas algunas cosas logramos
sacar aquella noche. Nos hundimos por el camino nuevo mirando aquí y allá, Dios nos llevaría hacia algún
destino. Y fue así que al llegar a Pinzón el
cartel: - “Se alquila pieza y cocina”- nos dio el primer respiro.
Nos atendió
la Señora Aida, al mirarnos supo de nuestra ansiedad; tal vez presintió el
secreto. Su marido, era dueño de un almacén y despacho de bebidas en la Av.
Patricios. Dos días después yo estaba
trabajando en ese local.
Con el
tiempo y la convivencia nació una buena amistad. Luego, Pilar comenzó con su
trabajo de costura.
Cuando
compramos este local, los niños eran pequeños.
A pilar le brillaban
los ojos, cuando don Francisco,
señalando al desconocido, dijo: -¿Recuerdas mujer al más pequeño de tus
hermanos? ¡Antes de escapar lo abrazaste muy fuerte! Ambos le mentimos diciendo que íbamos por
golosinas.
-¡Oye,
pequeño, no hagas bulla, no digas nada! ¡Solo silencio y aguarda tranquilo
aquí! ¡Te traeremos muchas golosinas!
El niño
quedó junto a la ventana. Unos pasos por el camino y le enviaste un beso al
roce de tu mano. Luego, corrimos hasta desaparecer.
Cuantas
veces lo pensamos: -El niño habrá
quedado esperando junto a la ventana. Hasta que la mañana se encargó de la
verdad.
Rodaban las
lágrimas por el rostro de Pilar cuando don Francisco señalando al desconocido
le dijo; -¿No lo abrazas, mujer?
¡Abrázalo!
¡Aun espera la golosina de tu cariño
(*) Cabo de
Finisterre - Galicia
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