“BORDEANDO EL NARANJAL”
Inspirado en “Camino del Arenal”
“Si hasta las auroras, me traen recuerdos
de aquella tarde, que yo te juré volver”
de aquella tarde, que yo te juré volver”
A través del ventanal, apenas se presentían los bordes de la ciudad.
A lo largo de la tarde, la niebla, giró del azul al gris. Luego, la lluvia jugó a invertir imágenes en cada esquina.
Caminó hasta la mesita. Encendió la lámpara. Bebió hasta vaciar la copa.
Una vez más regresó al ventanal. La lluvia mecía el paisaje. El viento, traía rumores y aromas de otros tiempos.
Giró, su mirada se perdió sobre el mueble de las fotos. Sobre él, estaban todos los tiempos.
La vista se detuvo sobre esa foto; por un instante, la mente lo trasportó allá:
¡Era verano! El siestero sol, abrazando la tierra, jugaba de rama en rama traspasando los árboles. Bajó del carro, abrió la tranquera y corriendo se cobijó bajo el alero.
Sintió sed. Llenó la copa.
Sobre un costado del sillón, el periódico abierto, dejaba ver la nota que dos días antes le habían hecho.
Se dejó caer sobre los mullidos almohadones, bebió lentamente.
Cuando regresó a su realidad, la tarde había borrado el horizonte, dejando
apenas, presentir las lejanas y titilantes luces.
Lo sobresaltó la muchacha:
-Señor, he puesto las maletas en el palier.
-El abrigo y las dos cajas, están sobre el asiento trasero del coche.
-Gracias, respondió. Continuó con la vista sobre esa foto.
Casi en un susurro preguntó a la muchacha:
- ¿A que hora llega Alfredo?
- A las nueve, señor.
- Me dijo, que, en cuanto salía de la redacción venía directamente aquí.
- Gracias.
-¿Cenará algo el señor? preguntó la muchacha
-No, cenaremos por el camino.
-Puede retirarse, todo está bien.
Al quedar solo, se acercó al mueble de las fotos. Posó su vista sobre esa, la que estaba junto a la tranquera, guitarra en mano.
Por un segundo se confundió con el paisaje. La gurisada, jugaba y corría en patas bajo el ardiente sol de la tarde.
La foto la tomó aquel día, cuando, con su primo, cabalgaron hasta el azulado humo de las parvas, allá, sobre del horizonte.
Ese día rieron, bromas y más bromas entre sus fantasías pueblerinas.
Rieron imaginando: ¿como será la vida allá? en la ciudad grande. ¿Como se vivirá el éxito? ¿Como se disfruta el triunfo?
Sonrió al recordar el sabor de la tarde, aquella, la de los sueños de éxitos.
¡Sí! en esa época, miles de pájaros levantaban vuelo desde arroyo hacia el verano.
Se acercó al ventanal, la lluvia continuaba danzando tras los cristales.
Su mirada se hundió en el lejano e incierto horizonte. De pronto se sumergió en aquellos atardeceres, cuando cabalgaba con la urgencia de la llegada.
Día tras día lo esperó junto a la tranquera.
Cuando el verano embriagaba el paisaje. El abrazo y luego, allá, junto al sauzal el prolongado tiempo de besos.
Se pensó sobre el camino viejo, acariciando sus labios, balbuceó el rose del beso que abarcó el infinito… Si, ese beso, en el paisaje de aquella última tarde, y el después.
Se sobresaltó.
-Ha llegado el Sr. Alfredo, dijo la muchacha.
-Gracias.
-Lo espera en la cochera Señor, indicó la muchacha.
-Gracias. -Regreso el miércoles por la mañana.
–por favor tome nota de todos los llamados.
- si señor, así lo haré.
Luego, al quedar sola, retiró la copa, cerró los cortinados. Apagó la luz de la lámpara. Flotaba en la sala un extraño silencio.
Al tomar la ruta aceleró el coche. Apenas unas pocas palabras y luego silencio.
Apoyó la cabeza contra el vidrio, distraídamente se deslizaba el paisaje. De tanto en tanto, una que otra luz brillaba en la lejanía. Ya no llovía, alguna estrella espiaba detrás de las nubes.
Cerró los ojos intentando retener la imagen. En su mente giraba la melodía, situaciones, rostros, paisajes, la gurisada.
Personajes olvidados por el tiempo, y retenidos en su recuerdo.
El coche aceleraba.
Fue un flash de aquellos veranos, la luna sobre el jazminero que bordea la pared del viejo patio.
-¿Dónde estás? le preguntó Alfredo.
Sin responder sonrió.
-¿En que pensas? Estás sumergido en el silencio, le dijo, sin dejar de mirar la ruta.
Sonrió nuevamente.
-Sabes Alfredo, es que, una tarde cualquiera, de pronto, uno deja la vida suspendida sobre cualquier rincón al son de una acordeona, y ese paisaje, es un lugar donde no se puede regresar, es como una foto, la podés mirar durante horas, pero no podés regresar a ese momento.
- ¿Y eso? ¿A que viene ahora?
-Pensá en los recitales, ¡totalmente vendido! ¡Localidades Agotadas!
No lo quiso escuchar y continuó:
-Alfredo, uno deja todo ¡absolutamente todo! en pos de una ilusión.
-¡Una quimera de colores! escenarios, un par de aplausos, fotos, alguna tapa de revista, viajes y después ¡Ya lo dije! Después ¡No podés regresar!
-¡Tonteras! respondió Alfredo.
- Lo que pasa es que, luego de tantos años, estás haciendo este camino, y te comprendo, te pones sensible
-Pensá en los recitales ¡Localidades agotadas!
-Entendelo, el que no puede volver, es aquel que se fue, ese ¡no está más! Ahora está el grande, mirá ¡localidades agotadas! Esa es la verdad. Dijo Alfredo casi riendo.
Lo miró un segundo y continuó:
-Alfredo, uno cree que está hecho, realizado , con todas esas cosas que vos nombraste, y que ya teniendo eso, no importa más el pueblo, la guaina, guitarra, la acordeona nochera y los amigos.
-Ya sé lo que me vas a decir, que el éxito está en otra parte, lejos del naranjal, no está en el palmar, ni en ese ardiente sol de la tarde.
-Te marea, es que…las ganas ¡las ganas te impiden pensar!
-Entonces, un puñado de ropa, dos cosas más, guitarra y las ganas.
-Si, las ganas, te impiden ver la inmensidad.
-No reflexionas ni un segundo sobre la soledad que dejas, el silencio de tu ausencia…algunas veces pienso ¿como fue la casa, aquella primera noche sin mí?
-¿Que sintieron mis hermanos, al no estar yo en la mesa?
-Sé, que ellos, habrán tratado de tapar el silencio con cualquier cosa, que distraiga a la vieja de mi ausencia.
Nuevamente apoyó la cabeza contra la ventanilla.
Las lejanas luces, anunciaron el fin del viaje.
Al cruzar el puente divisó la estación de servicio; igual, todo estaba igual.
¿Es que no ha pasado el tiempo? Pensó.
Se miró por un instante y sí, había transcurrido.
Uno y luego otro, y así calle tras calle. Lugares conocidos. Trasnochados recuerdos, todos ellos, recorridos infinidad de veces.
-Ya estamos, dijo Alfredo.
Al estacionar el coche, un sin fin de ladridos anunciaron la llegada.
Pausadamente fijó la vista sobre cada rincón, todo era tan grande como sus recuerdos, y tan silencioso como el olvido.
Abrió la puerta. Enfrentando a esta, el gran ventanal que da al río, se acercó, descorrió las cortinas.
Sí, recordó cuando el verano era más verano, y los pájaros en bandadas levantaban vuelo desde el naranjal. Por un segundo creyó verse sobre el patio viejo. El gurí corría tras del perro, sonrió.
De pronto surgió en la mente, el sabor a mate cocido, pan y manteca.
Sobre ese patio lució su primer pantalón largo, si fue aquella noche, guitarra, acordeona, asado, vino y los muchachos, todos, estaban todos esa noche…sonrió… al igual que entonces, hoy, la inmensa luna danza sobre el río.
Desde la cocina, salió al patio trasero. Flashes de sus carritos sobre el patio, la madre regañando: ¡esa pelota que no para en todo el día! Y las plantas ¡gurí me destrozas las plantas! Esbozó una sonrisa.
Después, el tiempo de la espera y los sueños, allá sobre el pilar, recostado sobre la verja. El mozo añorando la gran ciudad.
Después, la supuesta alegría, silencio, miradas cruzadas y aquella última noche de mate, guitarra, lluvia y río.
Fijó la vista sobre el palmar. Recordó el abrazo grande, la más inmensa y silenciosa mirada, y los hermanos acompañándolo hasta el micro.
Alfredo, parado a dos pasos, lo observaba.
Giró y le dijo: - Ves Alfredo, es así, mirás para adentro y te quedás afuera de la historia.
-Jugar en medio de todo esto era la vida, ese día a día, era para vivirlo y no para pensarlo como estoy haciendo ahora.
-Creo haber perdido, mucho más, de lo que gané.
-¡¡¡Localidades agotadas para los tres recitales!!! Dijo Alfredo, alzando la voz, mientras entraba nuevamente a la casa.
Guitarra en mano, recorrió varias veces el pasillo que daba al escenario, una y otra prueba de luces y sonido.
Revolvió partituras. Las leía una y otra vez, no podía fallar, no se permitiría ni el más mínimo error, eran muchos años ,demasiados, que no regresaba a su lugar natal, y ahora, como dice Alfredo, localidades agotadas para los tres recitales.
Habló unos minutos por celular, luego se acercó al escenario.
Lo impresionaba el estadio.
Por un instante se perdió en algún tiempo, entre las voces de sus amigos, si, por allá en algún lugar del estadio y su vida.
Se le antojó, que cientos de gurises, corrían por el arenal.
-Señor, el agua que pidió, dijo el muchacho.
- Si, gracias. Respondió.
Sonó nuevamente el celular.
-Sí, ¡sí todo bien! te llamo luego, ya entro al ensayo, te llamo en cuanto finalizo.
Una tras otra, las nuevas canciones. En una y otra, corrigieron detalles.
Mañana, la gran noche, el tan esperado retorno. Quedó con la vista fija en el estadio
Lentamente caminó hacia el camarín, satisfecho con el ensayo.
Mañana el gran momento, Estaba seguro del éxito.
Por tres veces golpearon a la puerta del camarín.
- Adelante ¡está abierto! pase por favor, dijo mientras acomodaba su cabello.
Al abrirse la puerta, el espejo reflejó el rostro de la mujer, que lentamente se acercaba.
Miró una vez más a través del espejo antes de girar.
Estaba ahí.
Era el tiempo del verano, la fruta madura bajo el sol de la tarde.
El aroma de jazmines y el rojo malvón.
Quejumbrosas acordeonas recostadas sobre el bañado, se perdían en el zausal del beso prolongado.
Lo miraba fijo, la sonrisa recorrió su rostro al preguntarle:
- ¿Cómo estás? - ¡Te felicito!
-Su mente, recorrió todos los silencios, la ausencia y la eternidad.
Mil flashes, abrazos, noches, aquella noche, cuando el tiempo sin tiempo se abrazaba al verano. Entonces, era más verano. La miraba, se amontonaron recuerdos, muchos recuerdos y otros tantos olvidos, en el silencio polvoriento de estos años.
La tomó por las manos, intentando un saludo.
-En este rincón no hay reporteros, ni vendedores de mentiras. Dijo ella.
-Podemos hablar en paz, no tenés que componer nada, todo está bien, solo quería saludarte.
-Recién, cuando estabas ensayando.
-No quise que me vieras, no quise molestarte.
-Te decía, escuché atentamente cada una de tus canciones.
-De pronto, una de ellas, me hizo recordar los bailes de mi pueblo.
-Cuando era chica, miraba sobre el paredón, me gustaba ver bailar, me fascinaba ver a los musiqueros.
-Era la magia del verano allá, en mi pueblo.
-Y esta noche, es magia producida por esos reflectores, solo un rato nomás.
-Yo de vos, no supe más nada. Solo algunos recuerdos que van y vienen en mi mente.
-Todo bien, dijo ella.
-Solo vengo a saludarte. Quería estar frente tuyo un segundo.
-Tomemos algo y charlemos, es un placer verte justo ahora que hago mi recital del regreso.
-No puedo, respondió.
-Estoy apurada. -Te molesto solo un segundo.
El la miraba fijo, intentó acercarse.
Ella, le hizo una seña con sus manos, y dijo:
-No te asustes cantor, no vengo a reclamarte nada.
-Solo deseaba que sepas que, como el sol, que vuelve arena la tierra fértil, así hiciste con mi vida.
-Y yo, me quedé aquí, con el Guri en brazos.
El la miró, se acercó decididamente, quiso decir algo.
Ella, con un gesto lo apartó.
-Fue duro. -¡Sola, la tuve que luchar!
-De mi parte solamente la juventud, y de eso me agarré.
-Ni una carta.
-¡como te embriagó la ciudad!
-Aunque sea ¡cantor! una pequeña mentira para poder seguir.
-Pero nada. -Solo silencio, distancia y ausencias.
-Tranquilo Cantor. -Este encuentro quedará en secreto, guardado en lo más recóndito de nuestras memorias.
-Así, como quedó aquella noche que bordeamos el naranjal, tus brazos en mi cintura, el beso grande.
-Corrimos ¿Te acordás? y allá, entre caricias y besos cayó mi blusa blanca sobre el arenal.
- Tu agitada respiración, mi abrazo, el último gemido y el río, luna, naranjal, esteros y jazmines ¡Todo en mis entrañas!
-¡Por favor! Contame algo de él.
Se lo pidió varias veces, ella permaneció en silencio. Sonrió y acercándose le dijo:
- Es alto como vos, tu misma mirada, la sonrisa, un calco de la tuya.
-Tiene brazos fuerte, carácter duro, esta hecho para el trabajo. -En eso se parece a mí.
-Mate, trabajo, risa y acordeona, sus cantos alegran la casa jugando con sus hijos.
-Decime ¿Por qué? Dijo él. Sintió correr el calor por sus mejillas.
La miró fijo, flotaba la pregunta en su mirada. Finalmente lo dijo:
- ¡Porqué ahora! ¡Porqué no lo supe! ¿Gurisa, porqué ahora?
-Me vi obligada a olvidar el olvido.
-No pude esperar, esa realidad me acosaba.
-No podía dejar de pensarte.
-Finalmente supe, que me habías arrancado de tu historia, las revistas lo decían.
-Esa tarde, mirando el río, apreté muy fuerte al gurí contra mi pecho.
-El río, ya no reflejaba nada.
-Aquellos días fueron terribles.
-No había horizonte. -Te negaban constantemente.
-Mil veces pregunté, supliqué, rogué por encontrarte.
-Te negaban, todos decían ignorar tu paradero.
-Una tras otra me cerraron las puertas, malos tratos y palabras injuriosas.
-Y así fue que, por tanta agresión de parte de ellos, y solo, por salvar al gurí, dejé de buscarte.
-Una mañana agarré las pocas cosas y salí. -Lo llevaba entre mis brazos, muy apretado contra mi pecho, y , escapando como una cualquiera tuve salir del pueblo. -Solo con lo puesto y el gurí.
-Supe que todas las esperas habían sido en vano.
–Una y mil veces recordé aquellas noches bajo el sauzal.
-Venías a tranco lento.
-Aun recuerdo tu temblor al llegar, la fuerza de tus brazos y el calor de la fruta madura.
-¡Todo fue mentira!
-¿Y él? , le preguntó, sin poder retener las lágrimas.
Ella acercándose le dijo:
- No sabe nada.
-El morocho lo crió como propio.
-Me amó y lo amó, le dio su apellido. Ese, que el gurí luce con verdadero orgullo.
-El morocho lo colmó de cariño.
-Día a día, lo acunó al son de la acordeona.
-Luego el colegio y esas largas charlas.
-Desde niño, su padre le enseñó a andar por la vida.
-Toca muy bien la guitarra. -La acordeona canta entre sus manos.
- Siempre juntos, los podés ver siempre juntos, ama a su padre, siente admiración.
- Jamás abriré la boca ¡y guai! si alguna palabra sale de la tuya.
- Después de tantos años, el destino quiere que te lo pueda decir, debías saberlo.
-Lo correcto no está reñido con la realidad.
-Por eso vine, y ahora, ahora debo irme.
-¡Mucho éxito cantor!
Él la retuvo tomándola de las manos.
–Por favor, escuchame un segundo. Le apretaba muy fuerte las manos.
-¡Mucho éxito Cantor! Y se soltó de sus manos.
La vio desaparecer por el largo pasillo.
Finalmente, el sol en rojo se recostó sobre el río.
En un rato, nuevamente frente al público,
la magia de las luces y el escenario harán lo suyo, pensó.
Guitarra en mano, se dirigió hacia el escenario.
Una multitud de periodistas, reporteros, cámaras y grabadores lo acosaron.
Al salir a escena, una estruendosa ovación aclamó al artista. Agradeció por largo rato.
Después lo conocido, brindis, abrazos, hotel y nuevamente la ruta.
El coche aceleraba rumbo al regreso. En la lejanía del paisaje se perdió el puente.
“No sabe nada”
“El morocho me amó y lo amó.
“Lo acunó entre acordeonas y chamamé”
“Me amo y lo amó”, repetía su mente.
Sonrió.
Por un instante, se vio allá, en el boliche. Estaban todos. Guitarra, cantos, naranjales, arenal, esteros, los besos y el sol de la tarde, bailanta, asado, la noche y el río.
Una vez más, transitó su mente, por el camino que bordea el naranjal.
Cuantas veces lo recorrió impaciente por el encuentro.
Lo esperaba, siempre lo esperaba junto a la tranquera, y luego, el sauzal cómplice de los besos.
Aquella noche, le dijo que se iba.
La escena regresaba una y otra vez.
Ella, se aferró a sus brazos, suplicando que me quede.
-No te alejas de mí, hay mucho para compartir.
- Esperá un tiempo más, te necesito.
Una y otra vez, el bello rostro de la gurisa, cruzó por su mente.
-Aguanta un tiempo más y luego te vas.
-¡Ahora te necesito!
Se fue jurándole volver. Sin escuchar su súplica. Aun suena en su mente el llanto y la vana promesa.
-¡Volveré gurisa! No llores más ¡Volveré y seremos felices!
En medio del recital quiso gritar, preguntar en que parte de la historia se había perdido. Porque desvió su camino.
-¡Que éxito! Comentó Alfredo, sin dejar de mirar la ruta.
-Estás callado, me imagino, el estadio repleto ¡como te aplaudieron! ¡Que éxito!
-Que impresionante el momento que te entregaron la bandeja de plata, estalló el público, cuando te nombraron hijo dilecto de tu lugar natal.
-¡Que honor! Cuanta gloria para tu galería ¡que éxito!
-Te equivocas, Alfredo ¡Te equivocas!
-Mirame las manos, ves ¡no tengo nada para la vuelta!
-Me voy vacío, no supe cultivar para el regreso.
-Toda mi historia es nada, solo, esas cosas que vos tanto admirás.
-Algunos premios, recordatorios, aplausos que se esfuman en la noche, gritos para el momento de la breve eternidad de un recital, algunas grabaciones y nada más.
-¡Ves, mis manos están vacías!
-Postergué aquel presente, por este futuro que ya finaliza.
-Sé, que ahora entro a otra historia, a esta historia, repleta de silencios y ausencias obligadas.
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