"La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria no podría imaginar". Jorge Luis Borges

sábado, 25 de junio de 2011

La vieja estación


“LA VIEJA ESTACION”
Inspirado en “María Va”
Abandonada entre dorados ramajes, poblados de recuerdos,
silenciosa y nochera, surge la estación.
Allá, en la lejanía del paisaje, un olvidado tren, resuella y resuella.
Roque Vega


Acurrucado, sobre el andén de tantas  ilusiones y desvelos, entre  silenciosos bancos, descansa un perro.

Al otro extremo de la estación, desde la sala de espera, se divisa el largo camino que se hunde en el caserío.
Más allá, a la derecha del pueblo, el tabacal. Luego, la mirada se pierde sobre el horizonte.

Sobre el  terraplén pastorean algunos animales. Patos y gallinas se pierden entre el yuyal; mientras el sol, danza su roja despedida escondiéndose sobre el callado surtidor de agua. Un tanto más allá, el molino, cuyas aspas apenas giran.

Prolonga el andén, el pedregal del camino viejo. Más lejos y espiando entre los yuyales, se divisa la ociosa y gastada barrera, después, las vías y el largo camino
de la arboleda.

Es el preciso instante del sortilegio, cuando la tarde se transforma en noche asomando la tempranera luna, que platea los rieles de un añoso y quieto ferrocarril.

Sobre la gastada y ladrillera pared que da al terraplén, se desliza suavemente la enredadera.

El viejo perro, cruza lo que otrora fuese  la sala del jefe de estación. La amarillenta luz de la lámpara, que, iluminando menos que su sombra, deja percibir el azul de cada rincón.
Uno de esos rincones fue la estafeta; ahora, ese lugar, es el obligado refugio de prolongadas y silenciosas mateadas.

A través de la pequeña ventana, Ramón presintió la tenue luz del farol  anunciando que, el gringo, nuevamente, estaba rumbo a la estación.

El gringo no se da por vencido, la lucha a diario.
Todas las noches,  a la misma hora, toma servicio, revisa cada una de las cosas. Jamás, por causa alguna, ha faltado a su cita con la estación.

Ramón, regresó al fogón colocando sobre este la pava recién cargada.
A través de la ventana, divisó el movimiento del farol entre la inmensa arboleda.
Detrás, como retenido por el tiempo, el fantasma del palmar.
Hacia el otro lado,  solo puede imaginarse el lejano tabacal.

Ramón, con pava y mate en mano, salió al andén.
Se acercó al largo y despintado banco que se  recuesta sobre la descascarada pared, justo  debajo  de la imagen.

Ramón entre mate y mate, alargó la vista traspasando  las  penumbras del lugar.

Cada rincón de la estación intenta ignorar el olvido. Ella, siempre murmura algo,  es para no dejarse ganar por el silencio.

Sobre el andén, varias latas juegan de maceta, dos de ellas, están junto a la delgada columna,  antes de comenzar el ripioso camino.

Malvón, madreselva, jazmines y la sutil enredadera  abrazando la columna hasta perderse en el chaposo techo; desde allá, embriaga cada rincón.

Ramón matea en espera del gringo.

La luna, trepó la arboleda que bordea las vías. A Ramón, se le antojó en la lejanía, el murmullo de alguna acordeona y el recuerdo  de un viejo verano no retenido.
Lentamente acarició al perro, mientras daba sorbos al mate.

La melodía lo hizo sonreír, recordó, recordó que los tres, noche a noche, se madrugaban en el andén.
Llegó a su mente la imagen y las palabras de María. Ella siempre lo repetía:

-Al igual que hoy, gringo.
-La tarde se hace noche y después, después la ausencia.
-Vos te reís Ramón, pero somos eso ¿no es así gringo? somos como la estación…
-¡La ausencia anunciada!

-Todas las noches igual.  -Llega el tren, a las nueve justo.
-Todos los días igual, se lo ve venir por  allá, lleno de luces y sonidos.
-Aquí, risas,  inquietudes y murmullos de esperas, llegadas y partidas.

-Luego carga agua…cinco minutos de descanso para el viejo tren.
-Mientras sobre este andén corren, empujan, arrastran, suben, bajan, entran y sacan bultos y maletas.
-Después  se va por allá, hasta el final de la vía perdiéndose en la arboleda.

-Como nosotros gringo ¡como nosotros!

Ramón, sentado sobre el añoso banco, llenó nuevamente el mate; el perro continuaba echado.

El gringo, saludando desde lejos, dejó el farol sobre el marco de la ventana.

Ramón le acercó un mate.

-Ya no debe demorarse mucho, es la hora,- dijo el gringo.
A paso lento fue al extremo norte de la estación, bajó las señales, hizo el cambio de vías, luego, colocó el surtidor de agua en posición.

El gringo acercándose a Ramón, le dijo:

-¡Que cosa no!  hoy cuando venía, se me antojo, al pasar por allá, cerca del puente, solo se me antojó, que esos charcos, junto a las vías, reflejaban cosas de antaño.

Ramón, mirándolo descuidadamente, continuó  silbando  el acompasado chamamé.

-¿Otro mate? Preguntó  Ramón

El gringo, sin responder alargó la mano.

La luna brillaba intensamente sobre la arboleda.

Ambos, perdieron la vista sobre  el terraplén, luego el cerco, las vías y de un salto estaba sobre el andén.

Se acercó  tomando al gurí por la mano. Sonreía.

-Ya es hora gringo.
-Puede que hoy llegue. –Dijo María.

Ramón y el gringo, se miraron sin responderle.

Ramón acercándose a la canilla, llenó los dos baldes con agua.
Tratando de distraer la atención  dijo: 

-Agua, agua es lo que le hace falta a estas plantas y se  dirigió al malvón sobre el marco de la ventana, y  luego a la enredadera.

-La muy cabeza dura, no quiere despedir al verano,  retine y retiene esa última flor.

El gringo vio entremezclarse madreselvas, jazmines, noches  y silencios, mientras el gurí juega sobre el andén.


El brillo de la luna marca las dos inmensidades plateando los rieles.

María señalando la estación dijo:

-Ven.   -Al caer la noche la vieja estación, se añora así misma.
-Se añora, y nosotros , la acallamos en la mente,  pero en algún momento alguien la recuerda  y….. Por eso estamos aquí.

El gurí, por un segundo dejó de jugar, miró a María y sonrió.

El gringo acercándose  dijo:

-Ya ves María, otra vez por aquí.

María sonriendo, respondió:
-Así ha de ser cada noche, es decir, cada recuerdo.
-Sabés gringo, buscamos un después y cuando digo después, recuerdo aquella tarde.

-Buscaba un después de risas, gurisada en patas corriendo por el fuego de la arena, alpargatas rotas, sol, sol de la tarde, acordeona, la siesta y el tabacal.
-Uno se mira y nada…. de pronto estás pisando la tierra caliente, y otra  y otra vez el tabacal…después, después…cuando el sol se duerme sobre el río, rondan los duendes, y ya ves, nuevamente la estación.

De tanto en tanto titila alguna luz en la lejanía del caserío. El perro continuaba tendido a la puerta de la sala, sobre una descolorida manta.

El gurí sonríe absorto  en sus juegos.
María acercándose preguntó.
-¿Es así o no? gringo
-Todos los días en el tabacal buscaba un después.
-¡Un después de risas!
-Recuerdo la tarde de la acordeona.
-El sol brillaba alto ¡tan alto!
-Aquella vez, gringo. ¡Esa vez! la vida me propuso todas las cosas.
-Después… después uno se queda lleno de abandonos.

- Y debe ser cierto, porque hay muchas Marías.

-¡Uy! ¡No sabés gringo! ¡Tantas! Una se mira y se ve por todas partes.

Sonrió al recordar, la serenata bolichera, la luna sobre el río, islas, arroyos, camalotes.

-Todo, todo ese paisaje, se hundió en mí, aquella tarde.
- Ahora, es el mañana de aquel sueño repleto de promesas.

-Y ya vez gringo ¡Estoy en el tabacal!

Ramón le ofreció un mate. María sonriendo extendió la mano.
El gringo la miraba.
María devolviendo el mate, dijo:

-Calles de tierra, sol y fuego, pies descalzos, miradas infinitamente lejanas y las abiertas alas de los sueños.
-El palmar y luego el arenal hundiéndose en  aquella tarde del verano.
-Y es en ese momento gringo, cuando uno deja la tarde pendiente.
-Aroma de enredaderas y tierra fresca, las plantas goteando  la regada.
-Es esa la tarde, gringo, a la cual no podemos regresar jamás.

-Fue un espejismo lleno de esteros, espinillos y alguna que otra flor.
-Río salvaje, naranjal, maizal y tabaco.
-Y allá, mucho más allá los quebrachales, detrás del río grande  y después  el gran camalote de lunas.
-Entendés gringo, todo eso fue un grito guardado.
-Ella también, la tarde, se esconde en su propio silencio.

-¿Y el gurí? , pregunto  Ramón.

María giró repentinamente, sonrío al verlo jugar. Señalándolo dijo:

-El gurí, juega con el río y la luna.

Se miraron los tres. El paisaje dejó presentir una extraña melodía, acordeonas, guitarras y allá en la lejanía, una trasnochada armónica.

María, se acercándose al gringo dijo:

-Ella fue, ¡ella, lo decidió! ¡La tarde!
-Si, fue esa tarde, cuando la siesta se transformó en lujuria de sol, tabacal, estero, arenal, río y laguna.

-No podemos negar que él, el gurí, es el fruto de la dorada siesta bajo el azul del verano, allá, en el silencio de los campos, donde ese cielo hace de manta y cómplice. 


-¿Entendés gringo?  ¡Me lo dijo después! sobre este andén, cuando se vistió de sol y luna.

-Me lleno de fantasmas. - Me miro en el recuerdo de aquella tarde y no termino de saciarme.

-Aun está en mi boca, el siestero sabor del beso que no pude retener.

-Alargué los brazos y la dorada tarde se tiño de rojo sobre el río.

-Después, después la ausencia, con este infinito silencio, que puede imitar todos los sonidos conocidos.

-Y ha de ser por eso gringo ¡por ser tan nadie! que estoy tan llena de recuerdos.

-Aquella tarde yo iba detrás, apuraba el paso y la vi, la vi hundirse en rojo, en su propio infinito, por el camino que bordea la estación.

-Y así, de pronto, entre mis manos la tarde se hizo noche
-Y con toda esa nada entre mis manos ¡con toda esa nada!  Construí  la historia.
-Ves, ya es la hora, este silencio que llega de ninguna parte, se trepa por el verde paisaje.
-Vamos gringo.
-¡Vamos!
 -Aquella línea de luz está desvaneciendo la noche, y es largo, muy largo el camino al tabacal.


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