(Memorias de mi cuaderno)
El boliche de la esquina. La mesa junto a la ventana.
El sol, entre soñando los cristales, se posa sobre ella.
Poca gente. El paisaje en oro, añora el verano; Mientras la tarde
bosteza el dominguero silencio, de estas calles, tan nuevas y lejanas.
Cuaderno, lapicera y el humeante café, se acompañan, bajo la caricia del siestero sol.
La tarde me insita a recordar aquella primera vez que entré a este lugar.
Fue, hace mucho tiempo. Deseaba encontrar los personajes que surgían de mi mente.
En busca de no sé que mito, recorrí calle a calle esta ciudad.
Mi historia comienza en la casa de la Avenida Cabildo. Pasillo largo, patio, macetones. Escalera al fondo, que lleva a dos habitaciones abrazadas por el jazminero.
Puedo decir, parafraseando la poesía de Celedonio Flores:- Cuando yo era pibe, me acunó en ópera la canción familiar.
Inmediatamente surge en mi recuerdo, la escena tantas veces repetida. Mi abuelo paterno, mis padres, y yo, jugando con el camioncito rojo, mientras giran los discos, reviviendo aria tras aria.
Nací en el seno de una familia, que rendía culto al arte, especialmente a la música.
Duarante los años de mí niñez y adolescencia, vivi junto a la radio y el tocadiscos.
Recuerdo algunos programas que marcaron mi vida. Los sábados por la tarde, Radio Excélsior. Los domingos, apenas pasado el mediodía Radio Nacional, y la infaltable cita, con cada transminsión desde el Teatro Colón.
La maravillosa época de la adolescencia, coincidió con los años, de Victoria, Birgit, Alfredo, Placido, Fiorenza y tantos otros. Discos y más discos llegaban a mi casa.
Mi primera juventud, transitó ente lo profano y lo sagrado, estudio, trabajo, amigos, esquina y el Teatro Colón.
Un día, el destino jugó su partida, y la historia se enriqueció girando al compás de otra melodía.
La magia y sugestión de cada uno de esos temas, y el acompasado ritmo, movilizaron mis lejanas memorias de esquinas, boliches, patios y faroles. Escenas no vividas, pero, sabía que eran realidad.
Me atrapó la síntesis con que desarrollaban los grandes temas cotidianos. Eran óperas iguales que las mías, pero de tres minutos. El texto, el ritmo se hundían día a día en lo profundo de mi ser.
Los breves y justos versos, se dirigían directo al núcleo de la cuestión a narrar. Es decir ingresaban en el universal, quitando las fronteras.
Ese breve mundo deslizado sobre bandoneón, piano y cuerdas. Definitivamente me atrapó.
Acompasándose en mi vida, donde gira el ciudadano paisaje entre el azul y el gris, iluminando de a ratos, sombras de nostalgias en otros, luego alegre, vívido, lejano, humilde y pretencioso.
Como dije en otra oportunidad, la escenografía se hundió en mi alma y la coreografía en la sangre.
Desde el boliche, veo caer lentamente la tarde, se filtra el úlitmo rayo de sol.
La ciudad de metamorfosea. Resuena el eco de calles, voces, el alegre grito del gol. Sobre la otra esquina, pasa el caniya con su cotidiano pregón, me distrae un segundo este presente.
Miro a través del cristal, continúo escribiendo: Cumplí años, acumulé historias, vida, desengaños. Aprendí a sortear los inconvenientes de la mejor forma.
Ahora, llegan los fantasmas del atardecer, y aunque me resisto, me sumerjo en el recuerdo de ese irreal y mítico pasado.
¡Lo tenía! debí buscarlo. El desafío fue, recorrer la propia e interna mitología. Descubrirla y darse cuenta que está reflejada en cada una de estas calles, llevándonos a un profundo suburbio donde habita la verdad, que muchas veces confundo con añoranzas.
Es la escenografía que me integra a esas óperas de tres minutos. Escenografías llenas vidas. Vidas llenas de tangos. Tangos repletos de barrios, esquinas, suburbios y cientos de patios como el mio.
Hombres y mujeres, viviendo la fuerte lucha cotidiana, arremetiendo contra la marginación, el abuso y la pobreza. Miles de personas, jugándose diariamente, en pos de un mañana mejor, basado, en la dignidad y la justicia.
Tambien están los otros.
Y yo, en medio de todos ellos, yendo y viniendo entre los enigmáticos y misteriosos bordes, de vivir por estas calles.
Anocheció. El viento sopla rozando levemente mi rostro. En los límites del paisaje, una y otra luz se enciende. Camino acelerando el paso.
Ah... solo me falta una frase para finalizar estas líneas. Me resta decir que: ¡finalmente... mi ópera fue un tango!
Roque Vega
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