"La imaginación está hecha de convenciones de la memoria. Si yo no tuviera memoria no podría imaginar". Jorge Luis Borges

domingo, 3 de julio de 2011

Viejo maquillaje

Actriz Marta Martín
Quien, diera por vez pirmera, voz y vida al personaje de la cancionista.
Diciembre de 2010, en la mítica Bodega del Café Tortoni ,de la Ciudad de Buenos Aires.

“VIEJO MAQUILLAJE”

(Versión  guionada para Teatro Leído)


Narrador
-¡Dos cafés!  Por favor, dijo Juan haciendo seña con la mano
Un minuto después, el mozo alcanzaba los humeantes cafés.

-¿La viste?   Le preguntaron a Carmen:

-¡No viene desde hace mucho tiempo! Respondió desde el mostrador.

-Si, me comentaron, que la han visto  dando vueltas por el puerto.

-¡Siempre, ronda el puerto!

Entrecruzaron la mirada, mientras bebían el café.

Tres mesas más allá, dos muchachos chamuyaban en voz baja.
Ángel, acodado a la mesa, continuaba releyendo el diario de no sé que día.

Cerca de la puerta, una pareja reía mientras escribían sobre un cuaderno.

Junto al mostrador, dos parroquianos bebían.

Juan, haciendo una seña, invitó  a Carmen a unirse con ello  a la mesa.

Un segundo después, Juan continuó leyendo:

“Entre brumas y nostalgias, recordaba que eran cuatro hermanos.
Su infancia transcurrió allá, cerca del río, recordaba las tardes
del verano  cuando el  sol  cae a pleno sobre la tierra.

Ellos, corrían y  jugaban apoderándose del  paisaje  que, fuertemente
abrazaba el ardor de la siesta.

Héctor,  corría sin cesar detrás de la pelota, su vida transcurría entre imaginarios partidos de futbol en canchas repletas de público.

Alberto, trabajaba en el puerto, desde muy pibe changueaba con uno y con otro, quería juntar dinero, soñaba tener un camión.

Daniel, era el mayor, albañil, plomero, electricista. Ella, siempre estaba  junto a él, como temerosa  de la vida.

Silenciosamente, jugaba con su muñeca, acunándola una y otra vez,  hasta que caía la tarde.

Entonces, llegaban los hermanos y nuevamente el milagro de la cotidiana  alegría todos juntos a la mesa, sopa, luna, grillos y guitarra.

Después, después se hicieron grandes, el ansia de salir de allá, los apresuró y, así, la vida se encargó de llevarlos por cada una de sus esquinas.

Una tarde cualquiera,  al caer el sol, los hermanos alejaron de sus vidas, casa, sauces, arroyo, sopa, luna, grillos y guitarra.

Ella, quedó mirando, hasta que las tres  siluetas se esfumaron al cruzar la calle.

Carmen, interrumpiendo la lectura comentó.

-¡Todos la conocemos!

-Día a día, a la misma hora, sale de la casa, rumbea  hacia la calle grande, siempre hace el mismo recorrido.

-Compra  siempre las mismas cosas,  almacén, mercadito, panadería,  luego lentamente  hacia Savio, y nuevamente a su casa.

-Yo, la crucé infinidad de veces.

-Muchas  de esas veces la invité a que entrara y compartir  un café.  Educadamente se disculpaba  y continúa su viaje.

-Además, siempre hace la que se olvida de las cosas para que le pregunte nuevamente lo mismo.

-Ríe, siempre ríe, me lo dijo muchas veces:

Cancionista:

-Me inventé el arrabal para que estén todas las cosas de vivir…y también  el puerto.

-Yo creí en una pequeña ausencia, pero fue infinita, tanto, que se eternizó en todo este paisaje.

-¡Sé, que está!

-Tal vez no se atreva. Pensará que le voy a recriminar algo…

- ¿Pero que? ¡Si yo reía porque estaba él! ¡¿Que le voy a recriminar?!

-¡Yo lo sabía! Lo pensé durante todas y cada una de aquellas noches.

-Siempre me pasaba lo mismo ¡no quería que amaneciera!

-Porque, cada vez que él rumbeaba para el puerto ¡yo volvía a ser nadie!

Narrador:

Se miraron los tres, silencio, un sorbo de café y Carmen continuó.

-Luego de hacer su largo y repetido recorrido, se engalana.

-Al atardecer, sobre la hora de la cena, abre el ventanal, y allá queda apoyada por horas.

-Cada tanto regresa al sofá, junto al teléfono

-Espera que suene,  en cuanto suene el teléfono todo estará igual.

-Solo un mal sueño, un mal recuerdo.  ¡Sabe que sonará!

Cancionista:
-¡Si!
-¡El me dirá!
-Pero no, ¡no lo quiero disculpándose!
-Solo le diré: -¡la cena está servida! e inmediatamente, sin pérdida de tiempo, descorcharé el champán.
Narrador:
Va y viene al ventanal.
Una y otra vez, desde esa ventana, se enfrenta a la anónima esquina de aquella silenciosa y lejana madrugada.

Cancionista:

-¡Es que aun está! Me saluda cada noche, cuando cruza la calle  rumbo al puerto.
Narrador:

Trata de eludir el paso de las horas. Lo sabe desde ese día, que,
al llegar la hora, apagará la luz, y la sala quedará tictaneando en el segundero del reloj.

Porque, al igual que  en el cuento, al dar la hora, ella ya no es nadie. Debe esperar hasta mañana, que tal vez regrese.

Carmen lo aseguró, se lo había dicho muchas veces. Ella lo afirma.

Cancionista:

-¡Se esconde! ¡Lo hace adrede!
-¡Solo quiere tomarme desprevenida y así sorprenderme!
-¡Es que debe tener temor! ¡Pero no sé de que! ¡Si nos amamos! ¿Qué temer?

Narrador:

Mil veces abre repentinamente el ventanal, afirmó Carmen.
Desde esa ventana lo vio rumbear para el puerto, fue allá, llegando a la esquina, que le gritó el hasta mañana, que se tornó en infinita ausencia.

Muchas noches, tratando que nadie la espíe, atrasa el reloj.
Se consuela pensando que no  es la hora… Que aun falta para abandonar la espera.

Cancionista:

-Es siempre el mismo sonido que llega de la nada.
-Soy muy tonta ¡y no sé como llamar a esta ausencia!

-Cuando es la hora y él no llega.
-Me lleno de vagabundos que van y vienen desde la lejanía del olvido.

-¡Yo lo sé!
-¡Claro que lo sé!
-Es difícil aceptar que por más profundo e intenso que sea el amor, es mucho más largo el tiempo de la ausencia.

-¡Es por eso que no hay olvido!
-¡Si hubiese indiferencia!  Sí, cuando hay indiferencia uno puede olvidar.
-Desde ese día no tengo historia ¡solo estoy!... ¡y no me asusta!
yo muestro todo lo que los demás  intentarían esconder.

-Nunca oculté mis emociones, no esquivé el compromiso.
-¡Ya ves aquí estoy!

-Es, solo que sus besos fueron como el maquillaje ¡Que no es cierto!
El rubor inventa plenitud y encarna los gastados y apretados labios ¡Pero no es verdad!

-Luego se desinventa esa ilusión de plenitud.
Es, solo un viejo y añorado maquillaje ¡que se transformo en esta mentira!

-Me río.
-Me río porque… ¡Soy la mentira asomada al balcón!

Narrador:
Carmen lo aseguró: - se ríe ¡siempre se ríe!
Porque, sabe que la historia que cuenta, es solo una parte de otra mucho más larga, más vivida y conversada desde el principio,

Cancionista:

-¡Si desde aquella noche en el puerto!
¡Esa noche regresé  creyendo que había un después!
¡Cuando me besó, presentí que había un después!
Y ese después, fue en el mismo lugar, al cruzar la misma esquina, allá cerca del atracadero grande.

-La niebla no me permitió verlo más.
Y así, sin ensayo alguno tuve que aprender la ausencia. Meterme en el olvido e inventar caricias.

- Canté, canté cada noche, fuerte ¡muy fuerte! Esa canción tratando de despertar el sueño de la ausencia.

-Después.
-Después, las luces del puerto, el brillo del vestido, esas calles angostas que bordean los muelles, cafetines y tabernas.

-La falsa amistad de esas minas que te escuchan sin pensar.
Alguna mala orquesta interpretando un tango reo, entremezclándose con brazos a la cintura y  besos obligados.

-Después, vi en cada madrugada el paso del tiempo que me acerca hacia hoy.
Mil veces, le pedí prestado su traje a la noche para sumergirme en ella.
Quiero buscarme, uniendo todos los retazos de esta ausencia ¡en algún lugar de las noches vividas!
¡Porque tal vez esté sonando aquella música y bailamos!
Sabíamos bailar en el bodegón  que encierra nuestra historia.
Y luego en la esquina el beso, el callejón, y la estrecha calle que escapa al río.

-Todo está entre los recuerdos, mi mentira, y su realidad.

-Fue un beso largo ¡Muy largo! Solo mi boca sonreía.
Lo miraba y apretaba el alma arrinconándola contra el temblor que lo hundía en la  memoria.

-Me miraba.
-Sus ojos tenían el inevitable e insolente brillo de la juventud.
¡El cielo en sus ojos!  ¡Todo el cielo en sus ojos!
El duende de la gracia  jugaba en cada una de sus frases.
¡Sus brazos eran fuego! ¡El fuego de las siestas y el sol abrazador!
Su compañía, era la brisa que descansa en las noches de verano.

-Preferí inventarlo  todas las noches ¡como inventé mi arrabal!
Esperarlo, sabiendo que no volverá. A pesar de eso ¡cada noche estaré a la ventana, mientras dure la ausencia!
¡Estaré a la ventan hasta que no haya más reloj!

-¡Yo lo obligue!
Le supliqué que embarcara.
Lloró, abrazándome  imploró quedarse.
Gritó mil veces que valía la pena intentarlo hasta el final
¡Gritó que había miles de calles aun no recorridas!
¡Muchas risas guardadas!
¡Miles de palabras no dichas!
Toda la música por compartir, esquinas, alegrías esperas
y todos los veranos por vivir.

-Abriendo los brazos se acercaba, dos lágrimas azules rodaban por sus mejillas. Con voz quebrada me suplicó que no haga  este silencio infinito.

-¡Yo, no quise! Por un momento dudé.
Dudé tanto que abrí la puerta y señalando el puerto le supliqué.
¡Embarcate por favor!
Sus ojos en los míos y después, ya sabía que después llegarían los días  sin sentido junto a la ventana esperando no sé que.

-Tomándolo de la mano, le pedí que al llegar a la esquina, solo dijera hasta mañana, como tantas otras noches cuando después del amor rumbeaba para el puerto.

-Desde la esquina me miró, sonrió, se acercó unos pasos intentando decirme algo.
Luego.
Luego se perdió en la niebla de la interminable noche donde aprendí a adivinar su perfume  en la lejanía de la sirena de aquel buque, que dejaba la inmensa estela sobre el agua ¡para que el puerto continuara añorando ese barco!

-El silencio del paisaje era un grito.
Cerré la puerta.

¡Así comenzó la primera noche de esta eternidad!  y el ininterrumpido sonido de la ausencia.

-Fui directamente a la mesita, me serví coñac.
Lloré, lloré  largo rato por mi cobardía.
-Nuevamente coñac ¡Mucho coñac! Sin dejar de  pensar en su perfume, el aroma del tabaco,  su risa,-¡La fuerza de sus brazos! ¡y el fuego de sus besos!-En el adiós. Aquella esquina.
La sirena de ese barco, de todos los barcos y los adioses.
El piadoso  hasta mañana inventado por mí.
¡Después, otro coñac porque lo dejé ir!
¡Le suplique que se fuera!

-Apreté las ganas.
Los deseos.
El sentimiento.
La fe en el mañana.
El amor.
El deber que se tiene a ser feliz.

-Apagué la luz, cerré todas las ventanas, cada recuerdo y nuevamente la calle ¡Esta vez sin puerto!
La calle, ¡¡¡Mi calle!!!
Dos mugrientas tabernas, bandoneón,  guitarra, borrachos  y madrugadas frías sobre el muelle de la ausencia,  recordando que le supliqué que se  fuera.

-Porque él ¡él tenia ¡ veinte!
Y yo ¡cuarenta y seis!

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