“MARGOT Y LAS ROSAS”
Roque Vega
“…Ayer pensó que hoy... y hoy no es posible...
La vida puede más que la esperanza...”
La vida puede más que la esperanza...”
Homero Expósito
Se sentó a la mesa junto al ventanal. El humeante café apaciguó el frío.
Lo citó esa tarde, necesitaba hablar con él. Desde ese instante lo ganó la ansiedad.
Buscó entre sus papeles, revisó una vez más las notas; debía encontrar el dato que lo guiara hasta la lógica respuesta, para esa historia, jamás aclarada.
Buscó en cuanto archivo tuviese a su alcance. En todos, sin excepción, se informaba lo mismo.
A pesar de eso, era una historia poco creíble.
Miró el reloj y continuó leyendo.
Esperaba tener éxito. Esta vez hablaría claro.
Goyo debía saber mucho más de lo que decía. Sí, le preguntaría todo sin rodeos; cualquier simple y doméstico dato, podría llevarlo a desvelar la historia.
¡Porque las cartas estaban! ¡Todo era claro! Solo el final, no cerraba con el comentario de las notas en los diarios.
No, no era creíble ¿Quien era el cartero? En la estafeta nadie lo conocía.
Además, ese día no hubo correspondencia para Alfredo.
¡Sí! Definitivamente la historia tiene un final poco creíble.
Muchas veces se preguntó, si es cierto, que nadie sepa la verdad ¿No quieren darla a conocer? ¿Es preferible guardar el caso y hacer silencio? ¿Quién obliga al silencio?
Lo vio correr bajo la lluvia. A la puerta del boliche, sacudió el paraguas, alisó su cabello y entró. Finalmente estaban frente a frente.
El reloj dejó oír las diez campanadas, cuando Goyo dijo:
-Algo se gestaba en el café del puerto, el ambiente estaba enrarecido.
Esa noche, jugaron hasta muy entrada la madrugada.
Me lo dijo el Carlos:
- Esos hombres no me gustan nada.
Aquellos dos, con los brazos tatuados, no sé de donde salieron ¡Nunca los vi!
Bebieron toda la noche, de tanto el tanto, el morocho se acercaba a la mesa cruzando algunas palabras con esos dos tipos.
Al amanecer, salieron varias mujeres de las piecitas del fondo, de esas, ya agotadas de cansancio, descuido y trabajo.
Los tatuados, y los otros dos que estaban sentados a la mesa junto a ellos, salieron detrás de las mujeres.
El Carlos los siguió con la vista, los cuatro entraron a un coche, alejándose rumbo al barco que había atracado dos días antes.
Goyo, bebió de un sorbo lo que restaba en su copa y continuó:
-¡Estaba armado y no se defendió!
Esa mañana el corralón quedó en silencio.
Solo fugaces voces balbuceaban palabras sueltas. El denso clima, no permitía reflejar las chatas entre los charcos.
¡Otra! dijo levantando la copa vacía.
Insisto, el único que puede saber algo más, es el Gervasio.
Era un muchachito en esa época. Estaba todo el tiempo en el boliche.
¡Sí, estoy seguro! ¡Él debe saber algo más!
No fue fácil encontrar al Gervasio. Desde que andaba con la Dora, se lo veía poco por estos lugares. Hacía más de un año que se había mudado para la ciudad grande.
Dos semanas después, Gervasio le contó lo sucedido durante aquellas últimas noches.
¡Es más! Luego de la segunda ginebra, contó que lo de Alfredo, Carlos, lo estaba sospechando.
-Por eso, el Carlo trató de avisar.
Gervasio bebió, mirándolo fijo, continuó:
-¡El Alfredo era un hombre de enserio!
¡Yo lo conocí de verdá! Él andaba todo el tiempo por el puerto.
El boliche era mi casa… debajo el estaño, muchas veces, fue mi refugio.
En el boliche tenía morfi y abrigo. Por eso digo ¡lo sé bien!
¡El Alfredo venía mucho!
Además, estaban las minas ¡todas esas, que noche a noche, por dos mangos y el plato de guiso, dejaban su vida en cualquier rincón!
Crecí, o mejor dicho, apacigüé el hambre y el frío, entre músicos, tragos, timba, la milonga barata de curdas y marineros tristes de alcohol. Uno y otro día, y así siempre ¡todo lo mismo! ¡Total pa´que contar, si así era siempre!
Vació la copa, sonriendo dijo:
-Pero, pa´que querés saber ¡eso fue hace tanto tiempo!
¡Mucho! ¡Demasiado tiempo!
La estábamos pasando mal, huelgas, mucha libreta dirigida.
Época dura, de difícil sobrevivencia ¡un plato de sopa, era oro, en medio de aquella depresión, que en realidad, se llamaba miseria!
¡No había laburo! ¡Nadie se jugaba por nada! ¡No quedaban ollas ni recursos!
Eran cuatro señores, y los demás ¡Los demás, no existíamos!
Fue la época en que el boulevard era eso, la línea que dividía la ciudad, desde el infinito que venía de la ciudad grande, hasta al puerto.
El Alfredo lo decía pa´ ubicar: - Del boulevard pa´rriba, del boulevard pa´bajo. Esa era la perfecta indicación de la época.
Fue cuando se hizo el mercado de frutos, chatas y carros cruzaban la ciudad.
Época de hombres de verdad, se respetaban la palabra y la promesa, porque esa era la ley.
¡La única que valía! ¡La que no se podía trasgredir! ¡La palabra prometida!
-Vamos a cerrar, dijo Carmen, mientras acomodaba las copas sobre la barra.
Gervasio, haciendo caso omiso a lo dicho, encendió un cigarro y continuó hablando:
-Aquella noche, el Carlos me dijo:
-Andá pa´ la casa y buscá al Alfredo, decile que se venga, tengo que hablarle.
Anda y que venga pronto.
No te me quedés zonceando por ahí.
Cuando yegué, la hermana, asomándose a la ventana me dijo que, el Alfredo estaba en el casorio y pa´yi me fui.
Casorio de patio, la inmensa luna espiaba sobre el parral, músicos, risas, gente, mucha gente.
Los novios bailaban; rondas, gritos, todos aplaudían. Muchas flores, las inmensas telas decoraban el patio tornándolo en nostalgia de algún país de cuento. Más allá, estaban las mesas repletas de dulces.
Me acerque. -¿Lo viste al Alfredo? le pregunté a la Elsita.
- Ayá está, respondió.
Le hice señas, se acercó: - El Carlo te busca urgente, le dije.
Lo vi dar vuelta en la esquina y perderse.
La noche se repartió en pedazos: la fiesta y el puerto.
Presentí algo. La música del casorio sonaba fuerte, y pa´l otro lado, ayá pa´l puerto, el denso silencio de la calle.
Cuando yegué a la esquina, el Alfredo era una ligera sombra que se perdía.
Lo seguí.
En la penumbra de la noche, traté que no me vieran.
En el boliche, las mesas y sillas, alargaban su sombra sobre la vieja puerta de vidrios repartidos, el Carlos había cerrado la otra, la que da pa´l puerto.
Los vidrios dejaban reflejar el boliche; desde mi escondite, detrás del mostrador, pude verlos y oír todo.
Me quede quieto, muy quieto.
El Carlo sirvió una copa. Se acercó y le preguntó al Alfredo:
-¿Vos estás seguro de lo que estas haciendo?
Gervasio lo miró, bebió un sorbo y comentó:
- No se pa´que digo, pero, sos el único que va a saber lo que yo oí aquella noche:
-¡Si seré bestia! Le dijo el Alfredo al Carlos.
¡Mirá si seré bestia!... ¡que aun la nombro creyendo que está!
-Yo presentí algo y supe que era la última copa, dijo el Carlo.
¡Aquella era la última! Los vi abrazados, pero, uno no es bola y me di cuenta que a pesar de las risas y caricias, era el último beso.
¡Yo te conozco Alfredo! Y esa ¡no era tu mina! ¡Vos sos distinto! actúas de otra manera
¡Te conozco! ¡No era tu mina! ¡Vos cubrías algo!
El Alfredo ensimismado lo miró y dijo:
-Aquella mañana, todos mis sueños se desvanecieron.
Mirá Carlos, vos sabés que he cometido algo que le dicen traición, pero no, se llama amor ¡pa´ellos traición, pa´l futuro, lo nombrarán Amor!
Vos lo sabés, que desde que llegó, ¡si habré caminado, en busca de paz para mi cabeza y el zurdo! ¡Patié y patié, por estas perdidas y oscuras calles que bordean el puerto! ¡Mil veces he cruzado aquellos alambrados que van a la arboleda, y el camino hacia las grúas, allá, en el fondeadero de los barcos!
¡Quise salvarla, ayudarla! ¡Pa´mi! ¡Ya es igual!
Durante aquellas noches, cruzábamos estas calles reflejadas por la inmensa luna, y hoy ¡no quiero que reflejen más nada!
Mirá Carlo, no voy a pedir perdón a naides, ni desandar nada de lo hecho. ¡Pa´mi, es igual!
¡Me quedé vacío de la aventura de vivir!
Y aquí, ya ves, cada día la misma botella sobre la misma mesa ¡y afuera! ¡Ese paisaje que es totalmente ajeno! ¡Ya no me pertenece!
Vos lo decís Carlo, es mejor que me raje ¡ves, ya no me permite ni siquiera el consuelo del regreso!
Vos sabés que me quedé algún tiempo más, como siempre, tranquilo, sin hacer bulla ¡mientras cada día sentía más y más, el húmedo frío de esta ratonera, con mujeres, que ya no son nada pa´mí!
El Carlo se lo advirtió:
-Alfredo ¡Andate! ¡Mañana sale el barco grande! ¡Andate! conozco al capitán, aquí ya no estás seguro.
El negro es jodido, el día que lo averigüe ¡te mata Alfredo¡ ¡Aquí, está yeno de rufianes que no quisieran verte más!
¡A esa mina la codiciaron todos! ¡Y la tenías vos! ¡Andate Alfredo! Dejá pasar un tiempo.
¡Quieren saber donde está!
El Alfredo lo miró, se empinó toda la copa y le dijo:
-Mirá Carlo ¡yo estoy repleto de yeca! ¡No tengo miedo, ni me voy a rajar! ¡Si total pa´que! ¡pa´mi es igual!
-Si vuelvo por aquí, es porque aquí disfruté ese tiempo, con el extraño placer, que produce el tango y el vino.
Eso Carlo ¡la yeca! ¡Minga de cagazo, Carlo! ¡Minga! ¡si total pa´mi es igual!
La noche que la Margó cruzó el patio del corralón ¡las enredaderas quedaron flotando! es, como que… ¡aquella noche, cuando la vi abrazarse con la vieja! ¡Con ese abrazo, Carlo!... ¡el patio se me yenó de estrellas! y yo sabía, Carlo ¡sabía que solo era eso ¡una mentira! ¡El fugaz resplandor de una estrella prestada sobre mi patio viejo!
¡Me la yevé, después de agarrarme duro con el negro!
¡Esta es mi mina, le dije! ¡Y él me creyó!
-Por eso digo Alfredo, ¡Andate! ¡Andate un tiempo! ¡Es prudente!… ¡Mañana sale el barco grande!
El Alfredo, sin escuchar, continuó:
-Bajo la madreselva ¡aquella noche me lo dijo!
Él estaba en Paris, había quedado allá, lo amaba profundamente ¡la engañaron y creyendo en un mejor porvenir para ambos, se embarcó! ¡y ya ves! ¡Era para esto! ¡Pa´que yo, vos y todos esos borrachos la usáramos y le yenáramos los bolsillos al trompa!
¡Yo la ayudé Carlos! nos fuimos a la ciudad grande ¡y allá vi como se perdía el barco!
Antes que fuera lo de las madreselvas; ¡antes que me lo dijera! ¡Creí tener en mis manos, algo que se parecía a la felicidad!
¡Todo era más brillante con su presencia! ¡Hoy! ¡En el casorio! ¡La mistonguera orquesta del tano musitaba un tango que me ponía la piel de gayina, Carlo!¡era el chamuyo de ella y se me acorralaba en el corazón!
¡Me acordé cuando me habló de Paris! ¡Sus calles del marino aquel que amaba inmensamente!
Recordé la lejana noche de carnaval. ¡Durante toda esa tarde...en el corralón, las risas, los tachos con harina, el agua!
¡Después el fresco del atardecer y la mirada de ella perdiéndose entre las chatas y la enredadera!
Esa última tarde, el sol se transformó en arrabal ¡Sí, se llenó de arrabales el horizonte, mezclándose con las madreselvas y las glicinas de mi patio!
Fue para febrero que la saqué de aquí, ¡cuando la huelga grande! ¿Te acordás?...sabés Carlo, ¡uno tiene que olvidar el antes y el ahora!
Todo estaba tranquilo, debíamos hacerlo sin levantar sospecha ¡El coche, pa´ la ciudad grande, llegaría pasadas las doce! ¡Después, todo se perdería en la distancia de la noche! ¡Ya lo sabía Carlo! ¡Yo lo sabía!
¡Vos me viste, aquella noche! ¡Cuando nos fuimos escaleras pa´riba, allá la calle y después aquel tango, que con el cansancio de ausencia!
¡Carlo me dejó por toda la pieza, perfume a rosas lejanas! ¡Es un perfume lleno de silencios… pero sin rencores!
El coche ya llegaba ¡Ella aun estaba en casa y estaba el sol! ¡Sabía que en la ciudad grande, yo quedaría en penumbras mientras el barco se alejaba!
¡El último beso fue bajo el parral, con un cielo de verano cuajado de estrellas!
¡Nadie sabía que, el barco de la ausencia estaba amarrado en el puerto! ¡Y pa´ya nos fuimos!
La ciudad grande nos esperaba ¡y después! ¡Después, a mí, el regreso a este boliche!
¡Carlo, el tipo la amaba y este hijo de…la trajo engañada!
¡A mi me gustó de entrada! en cuanto la vi.
¡Fue en el patio que me contó!…¡lo había dejado allá!… ¡me lo contó Carlo!… el tipo le rogaba que no lo dejara, ¡que no viniera! ¡Me contó que la abrazó fuerte pa´que no subiera al barco! ¡No me dejés le rogó!
La vieja me lo decía ¡esta mujer esta enamorada! Y yo sabía, que ese amor no era pa´mí,
¡Pa´mi no había nada! solo agradecimiento por la ayuda ¡pa´mi, el olvido y nada más!
Gervasio encendió otro cigarro, alzó la copa y dijo ¡otra! sonriendo continuó:
-Es así, tal cual lo conté.
Cuando yegué, ya estaba la cana, el portón se balanceaba por el viento.
El Alfredo estaba en el piso boca arriba, ahí, bajo el parral, muy cerca de las chatas.
Mis ojos se posaron sobre la hermana; parada junto la enredadera que subía hasta el techo del alero.
La madre miraba fijo a la nada, estaba sentada, varias vecinas junto a ella.
La hermana lo repitió varias veces al cana…
-“Llegó el cartero. .. Salí a recibir la carta… el Alfredo dormitaba un mate más, la vieja, preparaba un puchero.
Estuvimos charlando…me dijo que el Alfredo tenía que firmar la entrega.
¡Y ya ve!… ¡fue todo de pronto, un segundo nomás!
¡Se escuchó el disparo! ¡Corrí para afuera! ¡Dos giros y el Alfredo cayó!
¡Grité! ¡Vi al cartero correr hacia un coche que estaba allá, justo antes de la esquina! ¡Subió y salió rápidamente rumbo al puerto!
Gervasio, bebió el último sorbo ginebra.
-Después, después la madre pidió, que releyeran la carta una vez más.
“París, noviembre de….”
…Alberto ha cumplido siete años, lo hemos festejado en un viejo bodegón del barrio latino, muy cercano en el recuerdo, a otros ya olvidados, del puerto de aquella ciudad.
Antonio, está embarcado rumbo al norte. Regresará para las navidades.
Grisel ha comenzado su primer año de escuela ¡si la vieras! ¡Que bonita es!
Le hemos comprado una muñeca vestida de colombina. Te ha hecho un dibujo de su muñeca, lo enviaré en la próxima.
Dominique, de tanto contarle de aquellas tardes en el patio, ahora quiere hacer empanadas, y ya le he dicho que eso, es patrimonio de doña Amelia.
Yo, como siempre. Aquí, todo es muy rápido ¡distinto! Minuto libre que tenemos, salimos con los niños.
Ha comenzado le época de mucho frío. En este momento está nevando, desde la ventana veo el boulevard en blanco.
Pasaremos La Navidad en casa de tía Luisina.
Le he enviado una caja de chocolates navideños a doña Amelia, espero que lleguen a tiempo.
¡Dios, que cerca está la navidad!
¿Recuerdas aquel último año? yo, me venía poco tiempo después.
Muchas veces, los recuerdos me traicionan, los vivo en voz alta.
Los niños, siempre me preguntan ¿Cómo es tío Alfredo? ¿Cuándo lo conoceremos mami?
Mientras veo caer la nieve, supongo que, algún día volveremos a encontrarnos.
Cuando haya pasado el prudencial tiempo que todo tapa.
En el silencio de la casa, pienso lo difícil que es ¡y como hago! no sé como explicarles a los niños, ¡que palabras buscar! para contarles la fuerza de tus brazos, el fuego de tus ojos, el sabor de tu coraje y la nobleza de tu alma.
¿Cómo explico? El temblor de tu voz cuando subí al barco, y aquel adiós emocionado, cuando me abrazaste reteniéndome contra tu pecho, en ese momento, que se supone que los machos no lloran.
¿Cómo explicarles? A través de esta inmensa distancia, el rojo sol sobre el arrabalero horizonte, cuando andábamos más allá del corralón.
¿Cómo explico? Los suburbios, de una adormecida glicina, tras una tarde de lluvia.
¿Cómo les cuento? de ese lugar, donde solo pueden habitar hombres de verdad.
¡Con que palabras expreso? ¡Que vos, el arrabal lo llevas puesto!
¿Como explicar? tu pinta de malevo, que solo, disfraza la nobleza.
¡Decime Alfredo! ¿Como se explica, el trasnochado aroma del agua florida, y la risa, en aquellos bailes en el patio, junto a carros y chatas?
¿Se puede explicar las mateadas del domingo, el sabor de las tortas fritas tras la lluvia, o el aroma de las humeantes empanadas de doña Amelia?
¡Decime! ¿Cómo explico? La risa cómplice de tu hermana, cuando nos encontró abrazados.
Y, como puedo narrar ¡sin restarle la inmensa magia! el significado del acordeón llenando el patio de tangos.
Está nevando, desde la ventana veo la calle adormecerse en blanco, a esta hora susurran las perdidas nostalgia, buscando refugio bajo la incierta luz de la esquina.
Recuerdo tu mirada ¡una y cien veces te busqué desde el barco! estabas en el muelle, brillaban inmensamente tus ojos, intentabas sonreír, las vi, las vi humedecer tus mejillas hasta encontrarse con los labios.
¿¡Decime, como lo explico!?
Fuerte abrazo y beso para tu madre y hermana, y como aquel, bajo el parral ¡Ese, solo para vos!
Margot
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