La calle del después
(Inspirado en el tema “Mirando del Revés” de Alda R. Salzarulo)
Roque Vega
Trac, trac, trac, una vez más gira la cuerda del viejo despertador.
Al cruzar la calle, presiente el cansancio de la noche en el desmayo de la lluvia.
El reflejo de los coches desentona con el zumbido de los neumáticos contra el piso.
Plaza, estación e iglesia; estáticos testigos de su deambular.
Sobre la otra esquina, un coche cruza en dirección al centro.
Silencio.
Lentamente camina hacia el bodegón. Aburrido de tangos, repletos de tragos con sabor a ausencia.
Sus lejanas memorias juegan de juez.
Observa a través del postigo. Por un instante, la distraída nube, permite reflejar la luna sobre la vereda, incitándolo, a reintentar su inconcluso poema.
El semáforo autoriza a continuar.
Busca y rebusca en los bolsillos la olvidada canción. Estos, devuelven un viejo papel y dos billetes de los chicos.
Al otro extremo de la calle, se funde su patio con las veredas del olvido. Citas incumplidas, broncas, ginebras, y aquellas ganas que se llevó la lluvia.
Tic-tac, tic-tac.
El silencio marca las distancias.
Vitrinas, mesas y mostrador, prodigan espejismos que se alargan hasta rozar los rincones del mate, la tarde, la espontánea risa y las charlas de verano bajo el parral.
Entre copa y copa, el cristal del boliche tictanea los recuerdos hasta dormirlos en la última partecita de la noche.
Allá, tras el cristal, plaza, estación e iglesia, deslizándose en la rancia humedad del bodegón.
Al otro extremo del recuerdo, parpadea en la llovizna, su esquina sin tiempo.
Ginebra tras ginebra, con bronca y sudor, olvida el poema.
El humo del cigarro sabe que hay silencios, que se guardan dentro del silencio. Como el de aquella tarde, cuando regresó del baldío con la vida puesta.
Luego, de casa en casa, buscando refugio junto a la leña del recuerdo.
El cristal empaña una ginebra más.
La bronca se le hace dolor resucitando sombras.
¡Fue en otro tiempo! ¡Si, lo sabe! ¡Cuando pudo! ¡Lo tuvo todo en sus manos!
Soñaba con ganar ¡Salir de ahí! ¡Lo deseaba! ¡Pensó que podía!
Su mente entrecruza abrazos, la tarde del verano, sus ansias de crecer.
Cree que le sonríen.
A través del cristal, la calle y el adentro. Fija la vista sobre alguna de las mesas escondidas detrás del silencio, allá, donde hace un instante estaban los sueños.
Amanece.
Los observa, uno tras otro los laburantes camino al sudor, dos pibas, el hombre de gorra, la vieja, el tipo cansado, el rengo y el chabón.
Acodado a la mesa, recuesta el cansancio contra el húmedo cristal. El revés de su mano, una y otra vez, intenta saber, quién mira a quién.
¡Otra copa!
Necesita salir de la sombra para zigzaguear su paso de ginebra y bronca, mientras las raídas paredes repiten sin cesar.
¡Que pena muchacho!
¡Nunca estuviste! ¡Nunca fuiste uno de ellos!
No te atreviste y ¡Ya no quedan pájaros que echen a volar!
Bebe. De un sorbo vacía la copa.
¡Que pena muchacho le grita la noche!
El recuerdo ilumina fugaces imágenes de su perdido arrabal.
¡Claro que pudo! ¡Lo sabe, y esa es la bronca! …
Detrás del cristal rostros y más rostros camino al sudor.
Recuerda la escuela, su madre, los días de gloria en el conventillo, las tranquilas tardes, el aroma de azahar ¡limoneros en flor! ¡Azules glicinas y el blanco jazmín!
Aun le quema el beso ¡Después! ¡Después el adiós!
¡Que pena muchacho gimen las sombras!
Se adormecieron sus tardes fabricando sueños que eran solo suyos. Una de ellas, aquella de abril ¡se lanzó a la vida, creyó que ganaba, tenía todo!
Al cruzar la esquina detiene su paso.
Letargo, cansancio, arrabal dormido, esquinas sin lunas.
¡Qué pena muchacho le grita el paisaje!
Dos copas, cigarro, la vieja mesa junto al ventanal.
¡Que pena muchacho le grita la vida!
Plaza, estación e iglesia, ausencias de madrugada.
Sueños, besos y caricias que no fueron.
Mira sus manos, reflejos de lluvia y el largo cansancio.
¡Que pena muchacho!
Busca la esquina, la barra, la risa.
¡La Luna! no recuerda en el reflejo de que charco la perdió. Intentó recuperarla hundiendo las manos…
Entresueña sonrisas en el fondo de su copa.
¡Que pena muchacho! Le grita el viento en el vaivén de los árboles.
Silencio de besos, amor y paisaje.
Paso lento, dos vueltas de llave, el patio dormido sin aroma de azahar, allá, fundida en el tiempo y ahora vacía, la gran pajarera junto al malvón.
¡Qué pena muchacho le gritan las sombras!
El monótono canto llega junto a él.
¡Que pena muchacho, grita el frío cuarto!
Apaga la luz.
Obviando recuerdos, sin pena ni gloria, se entrega al tictanear del viejo reloj.
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