Un boceto de Roque Vega
¡ALLA! POR
IRALA
Roque Vega
A lo largo
del murallón susurran los fondines.
Los barcos
se reflejan en la silenciosa bruma de los tiempos.
Acelera el
paso dejando atrás somnolientas calles. Dobla la esquina hundiéndose en la
estrecha calle del recuerdo; habitado por fantasmas de changarines, marineros,
malevos y chabones abrazados a minusas de boca despintada por tanta risa inútil.
Cruza Pedro
de Mendoza. A través de los cristales del viejo bodegón, cuatro muchachos dejan presentir la risa. Una pareja chamuya indiferente
mientras alza los larguísimos tallarines. Mantel de papel y dos groseros vasos
de vino cierra la escenografía.
Improvisadas parejas bailan usando todos los cortes y quebradas, antes
que el amanecer destiña la noche.
-¿¡Sexta
Don!? Pregunta el pibe, escondiendo los ojos entre el flequillo y una
cuadriculada visera. No llega a responder, la sexta y el pibe desaparecen.
De un salto
cruza las ocho esquinas de Brandsen, inventadas por la lluvia.
-¡¿Flores,
señor!? ¡Siempre gustan! No se detiene, queda con la imagen de la mujer
flotando en su mirada.
Suarez al
fondo. Rojas luces reflejan sobre el empedrado. Se recuesta contra el viejo portón. El
recuerdo de la melodía se le hace murmullo en las trasnochadas figuras que no
están.
Entra al
boliche. Las mortecinas luces reflejan
guturales risas.
-¡Buenas!-
Saluda sin que nadie responda. Cruza entre las mesas hacia el mostrador; un viejo estaño de
memorias acodadas.
Domina el
ambiente el mascarón de proa de un barco negrero ¡Pagano altar a un dios
impiadoso! ¡Cientos de copas lo adoran. Todos, borrachos de añoranzas recitan
frases incoherentes! El iluminado mascarón, con la vista nublada de infinitos,
intenta aun, encontrar su orilla.
Hacia un
costado, el piano repite monótonas melodías.
El gordo le hace paso señalando el mascarón: -¡Adelante! ¡Acérquese que
no muerde! Dice soltando una desafinada
carcajada. ¡Acérquese, hombre! Lo
invita la mujer; dibujando burlona y
lasciva sonrisa, mientras vacía su copa.
-¡Acérquese.
¡Están todos perdidos en nostalgias!
¡Buscan! ¡Buscan lo que ya no está!
Abriendo
paso se dirige hacia la puerta. Una
muchacha lo toma por el brazo. Desliza una picara mirada señalando sus
encantos.
El tango
embriaga el lugar. Suarez y Necochea gira entre sus brazos. ¡Bailan!
¡Bailan como si nunca hubiesen dejado de
hacerlo. Mientras el melancólico fueye
apoyado a las violas continúa interpretando tiempos!
Sale del
bodegón. El Tancredi, El Royal, El Dante, La Marina, La Popular
¡Cerrados!... La lluvia zigzaguea a cada
paso la evocación de gritos y silencios en la lejanía de la cancha.
Danzan los
faroles al son de la nocturna brisa embriagada de barcos, muelles, corralones y
verjas oxidadas de olvido; aferradas al sueño de alguna enredadera.
¡El río
trae el sonido! ¡El Río confirma que hay
música! ¡Música y risas!
Apresura el
paso…Vuelta de Rocha… Caminito… Plaza Matheu…
Se acerca.
Entreabierta la destartalada puerta del
convento deja presentir el patio. Ropa tendida, el piletón, macetones, el
parral y las dos higueras ¡Están todos!
¡Sillas y más sillas en redondo
al patio viejo! La rusa, el tano, el polaco, el turco y la gayega. Los pibes corren detrás de la
pelota.
Al girar la
vista, florecen las enredaderas en el chamuyo de cada compadre. Se ilumina la
ventanita de la zapie del frente, la que da a la vida, es decir a la larga calle sin esquinas para
beberla toda de un tirón.
Sonríe
¡Todo es macana! ¡Todo esto es macana! ¡Son nuestros anhelos que giran sin cesar a la orilla de este río,
que creó la ilusión con forma de danza!
Sale del
conventiyo.
Se mira en
el espejo de su reloj: ¡Está! ¡Está la fogata de Irala y Lamadrid!... ¿O es la
fragua de Menghi acuñando dioses?... ¡A la derecha Stagnaro, a la izquierda Filiberto,
en el centro de la Plaza Quinquela inventando un puerto! ¡Pinturas, colores,
melodías que giran y giran para que cada
uno de nosotros pueda escribir, contarle al mundo de esta ribera!... ¡De la
mano de Stagnaro buscar a Quintela para pintar calles, esquinas y puerto! ¡Y
una tarde cualquiera, entre barcos, chatas y viejos corralones, junto a Juan de Dios, componer la quebradiza
música de esta orilla sin fin, aferrada a cada una de nuestras esquinas.
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